Alfredo Cárdenas Cruz

Desembarqué en Barcelona el 1 de octubre, llegué desde Mallorca. A las 7:45, en decenas, furgones policiales españoles salían del puerto hacia la Plaza Colón y se perdían entre calles de una mañana oscura y lluviosa. En la calle Drassanes, un grupo de votantes gritaba “volem votar” bloqueando la arteria. El referéndum de independencia era promesa del presidente Puigdemont; su mayoría parlamentaria solo cumple su programa. Cualquier ley catalana es obstaculizada por fiscales y tribunales hispanos en horas o minutos; cualquier gran empresa amenaza con irse. La amenaza es rutina conservadora. El 1 de octubre, policías españoles apalearon a señoras y ancianos, que solo querían votar, rompían cabezas apelando que la ley es la ley con sus actos de barbarie. Cuánto esfuerzo costó la independencia americana, cuyos rebeldes eran descuartizados como Túpac Amaru II, en 1781, mientras lacayos monárquicos bloqueaban cualquier ruptura. El domingo 8 de octubre, el escritor Vargas Llosa, servicial agente monárquico y del poder tradicional, dirigió soflamas contra el catalanismo republicano a miles de españolistas en la Estación de Francia. En los 80, Vargas presentó informes falsos sobre el caso Uchuraccay y benefició a fuerzas del orden, que descuartizaron a ocho periodistas y dos acompañantes en la sierra de Ayacucho (Perú). Vargas Llosa es un talento literario perdido para las buenas causas de la historia.

En Desborde popular y crisis del Estado (1984), José Matos Mar describió procesos ciudadanos que transforman estructuras legales y económicas de forma pacífica. El Estado es una construcción artificial y arrastra imperfecciones, por eso nunca debiera ser una institución cerrada, porque no es eterna. La legalidad vigente siempre se desgasta o renueva desde abajo, sus dirigentes deben escuchar como respiran sus pueblos y no solo a sus individuos.

El 4 de enero de 1899, el poeta Rubén Darío escribió “En Barcelona” para La Nación argentina; “que esta tierra de trabajadores, de honradez artesana y de vanidad heroica, esté siempre de pie manifestando su musculatura y su empuje”. El año 1714, con ayuda francesa, el ejército de Felipe V de Borbón venció la resistencia catalana, se suprimieron sus fueros (era territorio con leyes propias y Parlamento), prohibió su lengua y supuso represalias drásticas, el 10% de cautivos fueron ahorcados.

Catalunya, Valencia, Baleares y parte de Aragón usan la misma lengua, que los españoles niegan. La mayoría catalanista reclama un referéndum como el de Quebec o Escocia. Aportan el 20% del PIB español, ingresos que no deciden. La autonomía catalana no es ni económica ni jurídica; políticos hispanos están obsesionados en que esta se someta a sus criterios. Mientras el oficialismo no ha castigado aún a franquistas, que la justicia argentina reclama, tampoco gobiernos de turno han condenado ese fascismo que tuvo entre sus víctimas al presidente catalán Lluís Companys (1940) y a Puig Antich (1974). La transición se tejió con pactos y vicios intactos, acusaciones de corrupción hacen blanco en cada esquina. El poeta Nicolás Guillén desconfiaba de alardes moralistas como verdad oficial: “La pureza del que se da golpes en el pecho, y /dice santo, santo, santo, /cuando es un diablo, diablo, diablo. /En fin, la pureza /de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro /para saber qué cosa es la pureza”.

La corrupción delata rastros franquistas en instituciones y la justicia muestra sus manos políticas. Empresas eléctricas, constructoras y bancos con intereses en Latinoamérica, fichan a políticos influyentes para rentabilizar proyectos en contra de intereses populares. La mentira es ingrediente de corrupción y demagogia, no es derecho intelectual. La coherencia entre pensamiento y palabra es ambigua. Aquí solo la pureza gramatical es preocupación vital. El socialismo aquí es monárquico, sus viejos líderes afilan discursos del antiguo régimen. Para estos, dos o tres millones de catalanes valen menos que un solo hombre con corona, al que se inclinan irreflexivos. Algunos deportistas han demostrado más honestidad, que muchos cantores y plumíferos galardonados, que en coro vapulearon sueños catalanes. Al pueblo se le acompaña en sus aciertos y fracasos, el artista nunca es un alma miserable.

A principios del siglo XX, los modernistas americanos rompieron el monopolio hispano de cultura y lengua. Los ideales insatisfechos son conspiraciones contra nuestra realidad y dan razones para procurar un mundo más justo. El uruguayo Fernando Aínsa aseveró que los cambios sociales son producto de utopías. Las revoluciones son actos colectivos detrás de sueños para mejorar condiciones de vida a los pueblos. La estadía de modernistas latinoamericanos en España aportó novedades literarias; los críticos se apresuraron en señalarlos de afectados, evasivos y cortesanos. Los modernistas Rubén Darío, José Enrique Rodó y José Santos Chocano dejaron testimonios del asunto catalán. La España monárquica y tradicional era escenario de protestas obreras y atentados anarquistas, también de represalias de patronales con pistoleros a sueldo y condenas a muerte, como el del fundador de la escuela moderna, Francesc Ferrer i Guàrdia. Los militares atacaron la prensa, Cu Cut y La Veu de Catalunya, en 1905, por unos dibujos satíricos contra el papel del ejército en Cuba. “En Barcelona” (1899), Rubén Darío ofreció más impresiones del espíritu catalán, el poeta se acercó a la gente común y a intelectuales por calles barcelonesas. Nos dejó renglones de ese sueño:

“He comparado, durante el corto tiempo que me ha tocado permanecer en Barcelona, juicios y diversas maneras de pensar que van todos a un mismo fin en sus diferentes modos de exposición […]. Los otros sueñan con una separación completa, con la constitución del Estado de Cataluña libre y solo. Claro es que, además de estas divisiones, existen los catalanes nacionales, o partidarios del régimen actual, de Cataluña en España; pero estos son, naturalmente, los pocos, los favorecidos por el Gobierno, o los que con la organización de hoy logran ventajas o ganancias que de otra manera no existirían”.

El invierno de 1908, el poeta Chocano presenció debates acalorados que enturbiaban el ambiente madrileño de El Ateneo. El peruano percibió que el concepto de patria eran vigas que comenzaban a erosionarse; el edificio espiritual parecía derrumbarse en medio de un clima español, autoritario y deprimente. Catalunya exigía independencia. Chocano apuntó:

“La Patria no es para mí el terruño que la casualidad determinó el nacimiento, ni el lugar en el que residen las personas más dueñas de nuestros afectos, ni aquel en que el acomodo culmina la satisfacción de apetitos y deseos; es todo esto, pero además significa una compenetración perfecta entre el mundo exterior y la vida psíquica, en la que resulta nuestra familia y nuestra tierra, una como prolongación de nosotros mismos […] Cuando se tiene un nombre, por ejemplo, como el de Jacinto Verdaguer, se aspira a ser una nacionalidad.”

José Enrique Rodó recorrió Europa y publicó El camino de Paros (1918), con su artículo “El nacionalismo catalán” otorgó razón y justicia a las pretensiones del pueblo catalán, y columbró una emancipación política para esas demandas. El uruguayo se percató que el tema catalanista era desconocido en América, el ambiente hispano se agitaba entre detractores y obsesionados defensores, escribió en 1916:

“¡Hombres de Castilla! Atended a lo que pasa en Cataluña. Encauzad ese río que se desborda, dad respiro a ese vapor que gime en las calderas. No os obstinéis en vuestro férreo centralismo. No dejéis reproducirse el duro ejemplo de Cuba; no esperéis a que cuando ofrezcáis la autonomía se os conteste que es demasiado tarde… Mirad que esa fuerza que hoy amaga con la rebelión, puede ser para vosotros, pacificada y conciliada, una gran potencia de trabajo, de adelanto y de orden. Mirad que en su misma altiva aspiración de predominio hay un fondo de razón y justicia, porque pocas como ella ayudarían tan eficazmente a infundir, para las auroras del futuro, hierro en la sangre y fósforo en los sesos de España”.

Con excepción de Unidos Podemos que optan a que Catalunya decida su futuro, políticos conservadores cuentan con tribunales a medida contra líderes catalanes. Algunos celebrarían que se construyan alambradas alrededor de Catalunya; otros, al menos para el cincuenta por ciento, y declararlos presos “comunes”. Un Estado, que no otorga dignidad ni orgullo al conjunto de sus pueblos, tiene que replantear su destino. España para los catalanistas es una prisión, un inmenso venusterio, donde no pueden decidir qué leyes los amparan ni cobrar impuestos ni con qué dinero disponen. Mientras un hombre de negro alza su martillo negándoles cualquier sueño tranquilo.

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