Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Una de las cuestiones que he abordado con terca insistencia es que acaso la mayor verdad que se ha dicho sobre la corrupción en Guatemala fue la cándida expresión del Presidente cuando dijo que era algo “normal” y preguntado si se trataba de una cuestión cultural respondió que a su juicio era una cuestión educativa. Y lo he hecho porque el presidente Morales, al responder así a Jorge Ramos en Univisión, simplemente dijo lo que se le vino a la cabeza, sin pensar ni reflexionar, si no explicando porqué es que el ofrecer a alguien una factura para justificar un negocio ilícito no se ve como un delito sino como algo rutinario, parte del día a día en el comportamiento de la sociedad.

Hoy Pedro Trujillo, quien tiene suficientes años de vivir en Guatemala como para aquilatar nuestras actitudes, hace un perfil muy ajustado a la realidad de nuestros comportamientos aún en cosas sencillas y cotidianas. Dice Pedro que “Con parsimonia y justificaciones diversas, elevamos diariamente el nivel de tolerancia moral. Se comienza con eludir las filas porque llevamos prisa, se sigue haciendo el triple carril porque todos lo hacen, se continúa aceptando o pagando mordidas porque así ha sido siempre, nos pasamos la luz roja de los semáforos por “seguridad” y, finalmente, aceptamos que “nuestros amigos” o simpatizantes puedan robar, extorsionar, engañar o corromper, porque ¿quién no lo ha hecho alguna vez?, además, ¡ya lo devolvió! Y con esas simplezas cerramos los ojos y la discusión sobre valores. ¡Somos una sociedad poco ética, una especie de club de inmorales con numerosos socios!”

A ello hay que agregar cuestiones extremas como la de recurrir al linchamiento porque la justicia no funciona o, peor aún, hacer limpieza social debido a esas graves deficiencias en el sistema judicial y otras tantas ideas parecidas que uno escucha viniendo de “gente bien” que llegó a considerar tan normal esa vida de salvajes sin respeto a la ley que termina tolerando los comportamientos que riñen con la ética y la legalidad.

Por ello, creo yo, fue tan fácil encender oposiciones a la lucha contra la corrupción esgrimiendo el tema ideológico y la polarización eterna entre izquierdas y derechas, puesto que lo que hacía falta era un pretexto para sumarse a los que quieren que todo siga como está, pero les daba un poco de vergüenza, no vaya a creerse que mucha, figurar en el bando contrario a ese empeño por atajar tanta corrupción y tanta impunidad.

Ayer decía yo que hemos sido educados en que es más fácil sobornar a un político que esmerarse en dirigir una empresa que tenga que competir sin privilegios en el mercado, para qué tanto esfuerzo si basta con financiar al político adecuado para tener absoluta garantía de contratos. Quizá sin proponérselo se enseña a los hijos que “así es la vida” y así se hacen los negocios, generalizando esas actitudes de absoluta tolerancia al abuso porque, quien quita, a lo mejor la suerte le sonríe con algún jugoso negocio.

Cambiar esa mentalidad colectiva, regada igual entre ricos y pobres, no será fácil, pero con compromisos individuales que se vayan propagando algún día veremos sentir vergüenza al sinvergüenza.

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