Las fuerzas de la corrupción en el país se han venido defendiendo de manera consistente desde hace dos años, cuando sintieron el primer golpe al denunciarse el caso La Línea y para ellos lo más importante de preservar es la forma en que los poderes fácticos secuestraron a la democracia vía la cooptación del Estado que permite a financistas ser, de verdad, los dueños del país a quienes tienen que servir las autoridades supuestamente electas por el pueblo en ejercicio de una soberanía entendida de forma que llama a profundas reflexiones.

Pero ahora, cuando se abre la Caja de Pandora, estamos ya en el escenario de guerra que anunció el Alcalde cuando, previendo lo que vendría, arropó a Morales. Este es el momento decisivo en la guerra por apuntalar el sistema que ha prevalecido y que funciona con tanta eficiencia para los que sacan provecho de la corrupción y la que se libra para acabar con ese modelo para establecer uno nuevo en el que la impunidad cese de una vez por todas y que cualquier acto de corrupción sea, al fin, susceptible de provocar un juicio penal contra los responsables.

No es exagerado decir que esa guerra frontal declarada por el señor Arzú se libra en medio de una notable indiferencia de amplios sectores de la sociedad que simplemente se refugian en su actividad cotidiana sin decidirse a tomar partido, en una actitud que históricamente hemos tenido y que se traduce en un despreciable dicho popular que es respuesta a la coloquial pregunta de “cómo está” el interlocutor, quien responde “piscinas, pero con tenis”, lo que literalmente se refiera a pisado, pero contento y es obvio que muchos encuentran natural esa forma de vida.

También están los que se indignan por la gran corrupción, pero no por la que enriquece a los que “hacen obra”. Ayer el magistral comediante (ese sí) Julio Serrano, a quien conocemos por su personaje de Don Próspero, dijo en redes sociales que si tenemos esa actitud vergonzante merecemos lo que tenemos y más porque no puede haber tolerancia ante ningún acto de corrupción.

Los guatemaltecos tenemos que decidir entre nuestra cultura de tolerancia o una nueva actitud absolutamente intolerante ante cualquier desvío de fondos públicos.

Tenemos que entender que la corrupción no sólo roba oportunidades sino mata y que causa atrasos como el de nuestra infraestructura, efecto que hay idiotas que no llegan a entender y pregonan que con cambiar el modelo de sociedades, en medio de la podredumbre, se puede resolver todo. Como dicen esos pícaros, “urge hacer algo” pero para parar a los sinvergüenzas.

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