Arlena Cifuentes
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La ausencia de “ciudadanía” que conlleva lógicamente a la ausencia de “ciudadanos” determina y explica muchos de los males que hoy padecemos. Nuestra Guatemala no podrá evitar crisis como la actual y las muchas por venir, hasta que todos sus habitantes tengan la posibilidad de ejercer uno de los derechos fundamentales del ser humano: el acceso a una educación que permita generar ciudadanía. Estos valores son trasladados de generación a generación y sobretodo se reciben en casa. Es difícil pensar que en los llamados próceres de la Independencia no existiera el llamado fervor patrio, pero, ¿Qué pasó en el transcurrir del tiempo? ¿En dónde se perdieron esos valores? ¿O es que quizá nunca existieron?

Los males que produce la oscuridad que trae consigo la ausencia de principios y la incapacidad de acceder a la educación formal deben atacarse de raíz, suficientes paliativos y maquillajes se han puesto en práctica, la mayoría implementados por las ONG que han hecho de ello un “modus vivendi” y que la Comunidad Internacional ha apoyado financieramente, creyendo ver la realidad a través del cristal con que cada uno de sus socios la mira. Si bien es cierto, el agua azucarada ya fue descubierta, se continúa sin poner el dedo en la llaga y si hoy no existe la capacidad de construir “ciudadanía” como Dios manda, la posibilidad de generar un liderazgo comprometido con el interés nacional estará cada vez más lejos.

Hemos visto recientemente las masivas manifestaciones de la población en rechazo a la impunidad y la corrupción, un rechazo al abuso y al atropello muy concreto que unen al pueblo y que se constituyen en causa común. No se interprete equívocamente que ello significa un “despertar ciudadano” como le han dado en llamar. Una conciencia ciudadana no se gesta de un día para otro, una buena lectura de estos hechos es la “reacción” o “reactividad” a situaciones y hechos específicos que se manifiestan hasta que se rebalsa el vaso.

Un ciudadano no es aquel que se pasa los semáforos en rojo, o gira a la izquierda o derecha en segunda y tercera fila, un ciudadano motorista no convierte las banquetas en la zona 10, que son paso peatonal, en carreteras privadas; un ciudadano no le da mordida a la policía porque está alcoholizado o compra su licencia de conducir o las facturas para evitar ser multado frente a la SAT. Un ciudadano universitario no copia ni hace trampas para obtener un título. Un ciudadano catedrático no cobra por hacer las tesis de los alumnos siendo parte de la comisión que la aprueba. Un médico no lucra con la salud de un pueblo y menos en un hospital nacional. Una EMETRA que nos cuesta a todos no fue creada para que su personal únicamente esté capacitado para mover la mano de un lado a otro, para conversar en grupos o para chatear o gritar y amenazar a quien le hace ver su ineficiencia aunque por detrás y por delante se cometan las infracciones de tránsito más inauditas. Un sindicato conformado por verdaderos ciudadanos no se presta a actos de corrupción y hace huelga para la obtención de beneficios de manera insaciable. Un ciudadano Presidente no se receta bonos de ninguna especie y menos tiene el descaro de contradecir con su actuar las promesas hechas en campaña. Un ciudadano Presidente no llama a sus amigos incondicionales para que conforme su gabinete, todo lo contrario llama a los más capaces para hacer un buen Gobierno. Un ciudadano diputado no avala la impunidad y la corrupción como continuamente ha sucedido en el Congreso y de la manera más descarada en el actual Legislativo. Hay mucho por decir en este sentido, todo lo anterior fue sembrado “pasito a pasito” y hoy se tiene esa buena cosecha.

Un ciudadano consciente de su responsabilidad no afirma todo el tiempo, “yo no sé de política” o “a mí la política no me gusta, es sucia”, permitiéndose desentenderse de la cosa pública y únicamente criticando aquello que no entiende o que le es totalmente indiferente, hasta que llega el momento en que el desastre se hace tan evidente que hay que protestar masivamente aun sin conciencia ciudadana, hay mil motivaciones implícitas en relación a las manifestaciones del pasado y de las más recientes. ¡Que ahora “despertó el pueblo”! ese es el ideal, pero no es un despertar de conciencia ciudadana.

Ser ciudadano significa ser hombre o mujer comprometidos con el acontecer de su barrio, comunidad, pueblo, departamento o ciudad. Significa informarse y ejercer con responsabilidad sus obligaciones y derechos, léase bien, las obligaciones están en primer lugar, aquí los sindicatos y la gran mayoría de sociedad civil tienen derechos, pero no obligaciones; la izquierda se encargó de introducir estos criterios equivocados y nunca tuvo la capacidad de rectificarlos y adecuarlos a los tiempos, como tampoco pudo trascender un pensamiento y un actuar que corresponde a una era ya agotada. La mal llamada clase política y el Ejecutivo han hecho gala de sus derechos en la coyuntura actual y en ningún momento han manifestado en la práctica las obligaciones que contrajeron con el pueblo cuando fueron electos.

 

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