René Leiva

Al final, sin fin, soportar don José la separación afectiva, ya menos distante, con lo desconocido… La rotura previsible del vínculo con nadie; esa unión de uno solo, sin otro, otra… Un desenlace nada convencional con más lazos (incluido el hilo de Ariadna) y nuevos nudos que enlazan los tres acostumbrados eslabones del tiempo: antes, durante, después. El final engañoso que es solo otro comienzo también ilusorio.

Si se generaliza, por qué no, toda aventura culmina en vacuidad, otra, vagamente presentida durante la andadura hacia lo desconocido inconcluso. Si el camino es tensión e intensidad, el final, el gran o el pequeño desenlace tendría que ser plenitud, crecimiento interior, saciedad pero sin hastío, alcance de una amplitud que no agota el deseo de más, después… ¿Después? ¿Hay un después, qué tan prolongado, hacia dónde…?

La aventura como una construcción volitiva/imaginativa, sin verdadera estructura, diseño incierto, sin más cimientos que la improvisación, edificación vacía, deshabitada, inhabitable, intransitable…, pero tal vez por eso única, sin un antes ni un después. La aventura; no la historia que la cuenta.

Si en el papel, en las palabras, entre todos los nombres la mujer desconocida seguirá viva, ¿intentará don José, a sabiendas de que está muerta, don José intentará…? ¿Qué? Si al final del relato no aparece la categórica palabra Fin… Empero, al no haber continuación, porque el resto de la última página está en blanco; si dos hojas adelante aparece el colofón de edición y, ajá, la cubierta del libro… Entonces…

A la mujer desconocida don José la buscó entre los intersticios y recovecos más cercanos de la vida y la perdió. La buscó en la quietud de la muerte y la perdió. ¿Piérdese lo desconocido? Un nombre, apenas, ¿no es un esbozo de sombra en la memoria? Por último, ¿último?, va en su busca al laberinto de telarañas, polvo y oscuridad para rescatarla de la amnesia, para devolverla a un presente sin fecha de caducidad. ¿Pero cómo olvidar a una mujer desconocida, su nombre innominado entre todos los nombres?

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No inédito, nada nuevo, no por vez primera, al lector quédanle dudas, sospechas, perplejidades; sensación de que la última pieza del juego, un juego sin tablero, nunca será encontrada; que falta un escalón para llegar hasta contemplar el cuadro entero y las molduras opcionales del marco; sentimiento de haber quedado excluido, subestimado, al margen respecto a lo más importante; que más de un secreto no fue revelado; que una cierta, necesaria resignación ante el recelo terminará cuando entre tanto papel, que de papeles se trata todo, se perciba sutil un perfume mitad rosa y mitad crisantemo.

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“Está escrito que aquel que reserva sus conocimientos para sí mismo no será bien recibido en el Reino de los Cielos. Cada lector no es más que un capítulo en la vida de un libro y a menos que pase sus conocimientos a otro es como si condenara el libro a ser enterrado vivo. ¿Deseas esa suerte a los libros que tan bien te han servido?” (El Imán del oasis de Ouadane, siglo XV.)

 

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