Se equivocan mucho quienes creen que lo ocurrido ayer es un simple pulso para medir fuerzas entre los que están en contra de la corrupción y quienes la apañan firmemente. Lo de ayer fue el despertar de una ciudadanía que terminó por hartarse del descaro de quienes controlan al país, no sólo de los políticos que ocupan los puestos importantes, sino también los poderes reales que operan en forma oculta y que fueron los que embrocaron a Morales en ese salto al vacío que fue su empeño por acabar con la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala para que cese de una vez por todas la persecución de los corruptos.
El desborde en todo el país fue impresionante, sobre todo porque es producto de una acción espontánea del pueblo que reaccionó así ante la corrupción y la torpe y descarada actitud del diputado Hernández que calificó el movimiento como el trabajo de 20 tuiteros con cuentas falsas. Lo que vio ayer ese individuo fue como la multiplicación de los panes porque no paraba de llegar gente a las plazas y el movimiento fue constante de familias y personas de toda clase y condición social, hermanados todos por el repudio al grupete que da la cara dentro de lo que constituye una ya histórica y permanente cooptación del Estado.
Y decimos que no es un pulso, porque lo que se busca es mucho más que demostrar fuerza. Si bien es fundamental que la ciudadanía se exprese masivamente como lo hicimos ayer, es necesario entender que no podemos incurrir en los errores de hace dos años cuando los sectores empresariales abanderaron la campaña para rechazar el planteamiento ciudadano de que en esas condiciones no queríamos elecciones. Como hubiera dicho Cantinflas, ahí está el detalle, puesto que sin entenderlo, fuimos a las urnas a elegir no por programas ni por planteamientos, sino a los candidatos que fueron financiados por poderes ocultos, tanto del gran capital como del crimen organizado, y las consecuencias están a la vista.
Tenemos que romper el sistema de la pistocracia que hace que los financistas sean los que sacan toda la raja a un Estado que cooptan desde las campañas electorales. Lo claro que resulta ese juego es lo que ahora los tiene temblando y resistiendo al cambio porque no quieren perder su condición de grandes titiriteros que con hilos de billetes mueven a las piezas que se encargan de mantenerles y acrecentarles sus privilegios. En Guatemala no tenemos políticos, sino operadores pagados por los poderes fácticos para que les cuiden sus intereses.