Juan Jacobo Muñoz

Viviendo todos en guaridas, nos refugiamos por las noches para luego salir en el día y de alguna manera encontrar el sustento. El parque lo habitamos distintas especies con las que un poco más o un poco menos, tenemos encuentros decisivos que nos ayudan a entendernos y a conocernos un poco mejor cada vez.

Lo lógico sería que miembros de la misma especie viviéramos juntos, pero no es así; vivimos entremezclados incluso en familia. La mezcla es azarosa, y entre tanta diversidad cotidiana, contendemos en interacciones de mucha impulsividad y compulsión, con muy poco de buen juicio.

Las especies son múltiples, algunas más peligrosas y otras en mayor peligro en consecuencia.

Hay unos que viven preocupados y llenos de dudas, con mucha desconfianza, más por temor que por serena reflexión. Son los que ven micos aparejados y si no ellos los aparejan, seguros de que en cada cosa hay algo oculto. En su suspicacia acaban siendo rencorosos y sospechando de todo.

Otros en cambio, son más bien temerosos del abandono, lo que en el fondo explica que no soportan la soledad. Se someten, no toman decisiones y descansan en las de otros, aunque no estén de acuerdo; lo que cercena aún más su identidad. Se encargan de todo con dinamismo y diligencia excesiva que, esperando aprobación, termina en una forma de ser explotados.

De estos se aprovechan muy bien los que desprecian los derechos de los demás; los que por no aceptar más normas que las propias, violan cualquier límite ajeno con cinismo y mentiras para convencer. Son los que sin previsión esperan viviendo al día, que todo sea el fruto del esfuerzo de otros, que luego arrebatan con ira y agresividad intimidatoria; despreocupada, imprudente y sin ningún remordimiento.

Tal vez por eso hay algunos muy solitarios, con escaso o quizá nulo interés en relacionarse. Esos que no disfrutan nada y que con indiferencia y frialdad no les importa confiar en nadie. Parecidos a otros que igualmente solitarios, concentran su atención en ideas excéntricas y creencias raras de un mundo imaginario e impenetrable. Son dos especies que resienten lo social con ansiedad.

Contrastan con estos últimos, los que buscan mucho la atención, incluso con seducción provocadora que disfraza una emocionalidad superficial. Seres infantiles, excesivamente dramáticos y menos íntimos de lo que aparentan.

Poco compatibles con estos últimos, los trabajólicos tercos y avaros, que además de obstinados y perfeccionistas, son absurdamente ordenados. Muy diferentes a aquellos aislados que huyen de otros por sentimientos de inferioridad que los hacen hipersensibles a cualquier señal de observación potencialmente crítica.

Que diferencia con otros que son grandiosos, necesitados de reconocimiento y que no reconocen a nadie. Esos que creen que son superiores y que ven en el éxito una prueba de ser especiales; y que con pretensión explotan, exigen admiración y envidian con soberbia a cualquiera que tenga luz.

Y no faltan los que como niños se esfuerzan por nunca ser desatendidos y para el caso se involucran intensamente amando y odiando con una impulsividad explosiva, de ánimos que van de un lado a otro cabalgando en una ira que es incontrolable, intensa y con capacidad de negarlo todo en cuestión de minutos, bordeando así la locura o al menos la insensatez.

Nos debatimos entre las razas puras o al menos muy sugestivas y las mezclas de estas que hacen que la variedad sea inconmensurable. Todos somos diferentes pero iguales; unidos por un egocentrismo común, evidenciado por la intolerancia y desproporción incongruentes, que llevan a la mala adaptación y a una dolorosa dificultad para vincularnos.

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