Luis Fernández Molina
Para nuestro credo y cultura cristiana, el amor a Dios debe estar sobre toda otra querencia: “sobre todas las cosas”. Así lo ordena el primer mandamiento mosaico y Jesucristo lo repitió expresamente en varias ocasiones. No quiero ponerme en papel de cura confesor ni ministro inquisidor para preguntarle ¿ama realmente a Dios? ¿Lo conoce? ¿Va a misa o al templo? ¿Da limosna o diezma? ¿Ama al prójimo como a usted mismo? Ese es asunto personalísimo e interno. Viene luego el amor a la familia, que surge del amor filial de los padres que se transmite a los hijos y a la familia en general y también el amor romántico hacia la pareja escogida. Los chapines somos muy efusivos en cuanto al amor a la familia, acaso más sensible y manifiesto que el amor a Dios y, mucho más exteriorizado, que el amor a la patria y a la libertad.
Es que el amor a la patria parece dormido, como que hibernara en el corazón de los guatemaltecos. ¿Esperando qué? No despierta entusiasmo como en otros países y es que la patria es como la “madre Rusia”, la Italia inmortal, el México lindo y querido, la gloriosa España, la gran nación estadounidense, la Alemania über alles, la orgullosa Britania, etc. Lejano está el amor declarado a “Guatemala, delicias y amor de mi vida, mi fuente y origen” (Landívar).
Para este 15 de septiembre debemos distinguir entre conmemoración y celebración. Son conceptos muy relacionados, pero diferentes, el primero se refiere a un recordatorio de los hechos históricos que, en este caso, aquellos que se manifestaron ese día del año 1821; no marcan ni el inicio ni conclusión del movimiento cívico, pero es cuando se cristaliza la rebeldía formal contra el régimen monárquico español. Se trata entonces de un repaso de las circunstancias que rodearon los actos que pusieron fin al sistema colonial y abrieron las puertas a la autonomía. Por su parte la celebración es fiesta, algarabía, honras con que se ensalza a determinada persona, entidad o concepto.
En ese contexto de días de celebración, cada país tiene su propia fecha. Es un día para homenajear y agradecer a la respectiva patria. Viene a ser el “cumpleaños” del amado país. En materia de fe, cualquiera que ésta sea, nos conectamos con entidades divinas o superiores. Para hacerlo debemos antes reconocer la existencia de esas entidades a las que veneramos y oramos; de igual forma para aclamar a nuestra patria debemos antes sentirla, estar conscientes de que existe, que palpita; casi visualizarla. Igual aplica con el amor romántico, aunque sea platónico, se debe tener en mente a ese ser querido cuya ausencia se lamenta y cuyo bien se desea.
Para conmemorar debemos repasar la Historia, reconocer a un prócer ignorado es Napoleón Bonaparte. Al invadir España 1808 provocó dos grandes eventos: menoscabó la potencia militar española y, en las provincias americanas, despertó una ola de indignación en contra de los invasores franceses. Se formaron juntas municipales y de vecinos: la semilla de la independencia. Surgieron chispas de rebelión como riadas que luego tomaron otros cauces. Al principio se adoptó la bandera de los Borbones, de allí la adopción de banderas azul-celestes y blanco que era el color de esa casa real. En México el 16 de septiembre, pero de 1810 marca el inicio de la gesta libertadores. Por eso en los años siguientes hubo alzamientos en León, San Salvador y la célebre Conjuración de Belén en 1813 (12 calle zona 1). En Tuxtla, provincia de Chiapas -entonces parte del reino– fue donde se encendió la primera convocatoria que dio origen al Acta de Independencia. ¡Felicidades Guatemala!