Eduardo Blandón

Los más sensatos politólogos afirman que para superar el estado de tensión y crisis en el que nos encontramos es necesario dialogar, encontrar consensos y partir de acuerdos mínimos para forjar entre todos algo diferente. Se pide a la sociedad no polarizarse con el propósito de avanzar a través de la vía civilizada.

La teoría parece clara y estoy seguro que encontraría pocos adversarios. El problema práctico consiste en identificar personas dispuestas a conversar con el ánimo sosegado. Porque, como lo demuestra la experiencia cotidiana, tanto de un lado de los famosos polos, como del otro, hay no solo ánimos vindicativos, sino testarudez y casi diría hasta mala fe.

Pongamos, por ejemplo, el caso de nuestra lamentable derecha. Más allá de la enorme desconfianza que suscita, cultivada por años, maneja un discurso tan indigerible y retrógrado que impide cualquier posibilidad mínima de intercambio intelectual. Y si a eso agregamos el sentimiento arrogante conservador, incapaz de empatía con una clase de izquierda que califica como “muerta de hambre”, las posibilidades se vuelven imposibles.

Esa reputación perdida (asumiendo que alguna vez fue diferente) hace que la izquierda -casi en cualquier cuadrante en que se encuentre-, sienta desprecio y aversión hacia una plutocracia tradicionalmente corrupta. Y, por si no fuera suficiente, la antipatía se vuelve colosal, frente a unos voceros tozudos, confrontativos y hasta energúmenos y violentos que azuzan a diario a través de los medios que pagan.

La izquierda también encarna sus propios males. Tiene miembros impresentables. Hay violencia efectivamente en ciertos discursos y un lenguaje incapaz de acomodarse a los nuevos tiempos. Con todo, parece haber mayor disposición para hacer planteamientos porque constituye la clase interesada en que se presenten los cambios a unas condiciones de desigualdad que la postran.

Establezcamos, entonces, que la recomendación de las consciencias democráticas que sugieren el diálogo como mecanismo de ajuste político y social no es fácil de conseguir. Desafortunadamente contamos con un sector económico como el CACIF que, unidos a políticos como nuestro flamante alcalde capitalino, Álvaro Arzú, impiden el diálogo sincero para la búsqueda de soluciones consensuadas. Así les ha funcionado y siguen jugando a ello.

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