Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Uno de los más socorridos argumentos cuando se habla de la inversión extranjera que se ha vuelto muy escurridiza en nuestro país, es que los empresarios necesitan certeza jurídica y que la misma no se ve claramente en Guatemala donde, para empezar, no existe siquiera cultura de respeto a la ley entre los ciudadanos, no digamos entre los servidores públicos, incluyendo desde luego a los que tienen la misión de administrar justicia. Para que el país pueda ofrecer certeza jurídica hacen falta cambios estructurales profundos para modificar el modelo de la gestión pública en pleno, ya que aquí un inversionista no tiene que cumplir requisitos que plantea el Estado, sino tiene que pagar la mordida que demanda el funcionario.

Hay una especie de leyenda urbana que comentan mucho los egresados del Instituto Centroamericano de Administración de Empresas (INCAE), en la que relatan que esa prestigiosa Escuela de Negocios que patrocinó Harvard, sería instalada en Guatemala y de hecho sus primeras actividades en los años sesenta fueron en Antigua Guatemala, donde impartieron los primeros programas que atrajeron a muchos talentosos centroamericanos. Dicen, sin embargo, que cuando se habló ya de la construcción de un campus específico y de las instalaciones para que pudiera establecerse plenamente, hubo alguna petición de mordida y los fundadores de INCAE, entre los que habían empresarios de la región, buscaron alternativas y quien no pidió nada a cambio y ofreció todas las facilidades fue Somoza, por lo que Nicaragua fue la sede escogida.

Cierta o no esa leyenda, explica mucho de cómo ocurren las cosas entre nosotros y cuál ha sido la eterna postura de nuestras autoridades cuando se trata de sacar provecho. Guatemala pagó un alto precio durante años de violencia por la decisión corrupta del gobierno de Ydígoras, influenciado por el empresario Roberto Alejos, de facilitar el territorio nacional para entrenar aquí a los combatientes de la brigada de cubanos anticastristas que se preparaba para el ataque que se concretó en Bahía de Cochinos. Eso no fue de gratis y corrió mucho dinero no solo para el alquiler de la finca Helvetia, sino para repartir entre quienes tenían que hacerse de la vista gorda de la existencia de una milicia, con todo y aviones superiores a los de nuestra FAG, preparándose en el territorio nacional. Nuestra guerra interna fue, en buena medida, polvo de aquellos lodos.

La historia de la corrupción en Guatemala es de larga data y no alcanzarían las ediciones de todos los diarios del país durante todo un año para relatarla con detalle. Y lejos de que nos hayamos indignado alguna vez por esas acciones, las hemos ido tolerando de tal manera que cada gobierno que llega ha sido peor que el anterior porque se dan cuenta que robar no implica el menor castigo ni, al menos, el menor asomo de repudio social a los sinvergüenzas porque estos se convierten en personajes en una sociedad que valora el tamaño de la billetera sin reparar, jamás, en la forma en que la misma se fue haciendo abultada.

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