Víctor Ferrigno F.

Escribí este artículo mientras en el Congreso elegían a la Comisión Pesquisidora, que evaluará si existen razones para despojar al Presidente del derecho al antejuicio, y decenas de personas pegadas al televisor, elucubraban sobre el posible desenlace de este nuevo capítulo de la telenovela, que nos distrae de la auténtica problemática nacional, esa que cada día mata de hambre a decenas de niños.

Me recordé de una impactante escena de 1974, año en que los directivos de la Asociación de Estudiantes de Derecho, de la Usac, fundamos un Bufete Popular en el fondo del barranco de La Limonada. A la hora en que se proyectaba la telenovela todo se paralizaba, y la gente muerta de hambre se enajenaba, olvidándose que le faltaba comida, agua, medicina, escuela y paz, que le rodeaba la desolación, el abandono y mucha mierda por la falta de salubridad.

Los problemas y lacras sociales nunca fueron atendidos, los asentamientos se multiplicaron por el terremoto y la migración rural, poblándose los barrancos de los municipios cercanos, hasta que de ese infierno salió un engendro que hoy nos atenaza: la mara, integrada por los jóvenes sin amor, sin familia y sin futuro, que buscan desesperadamente quien se las paga, no quien se las debe, encarnando al monstruo que engendró una sociedad indiferente y alienada.

En el campo la tragedia fue similar. La ola de hambre, represión y explotación hizo reventar el conflicto armado, que sacudió al país, y fue enfrentado a sangre y fuego, genocidio incluido, alcanzando un nivel tal de sevicio que la población y la comunidad internacional clamaron por una solución negociada, para alcanzar la paz.

Se pactó una decena de Acuerdos para resolver las causas que originaron el Conflicto Armado Interno, incluida la reforma del Estado y de la justicia, y la erradicación de la impunidad y del régimen militar contrainsurgente, pero muy poco se concretó. Por eso estamos como estamos.

Tras bambalinas, en el confort de sus mansiones y fincas, la oligarquía siguió acumulando riqueza y poder. En esas sombras, los militares genocidas y los políticos venales cultivaron el árbol del mal, que produce corrupción y se nutre de la impunidad.

Todos ellos se amalgamaron en una alianza pérfida, de privilegios y latrocinio, para hartarse hasta reventar, cooptando a un Estado paralizado por la corrupción. Así nació La Línea, en todos sus ramales, lacra que Thelma e Iván develaron en 2015.

Después de la firma de la paz, que no fue construida, la población siguió sumiéndose en la miseria y el hambre, enajenada por las telenovelas, el feis, el Twitter y mil aplicaciones más, que crearon una realidad virtual, que nubla el entendimiento de los jóvenes, quienes creen que con un hashtag y un mensaje virtual pueden cambiar un mundo pérfido, construido con la sangre, el sudor y las lágrimas de los explotados.

En abril de 2015 hubo un apagón, y la gente dejó el celular, la tele, la tableta y el fútbol, y salió a la calle a ejercer su ciudadanía y a exigir sus derechos. Tumbamos a un presidente genocida y a una vicepresidenta ultracorrupta, y concluimos que el sistema está tan podrido, que hay que ir a una Asamblea Nacional Constituyente, para cambiarlo de raíz, pero modificando antes el régimen electoral. Después nos echamos a dormir.

Recordando estos hitos, la elección de la Comisión Pesquisidora se me antojó una escena tragicómica, de la cual el comediante mayor saldrá bien parado, pues los diputados, cual actores de relleno, lo protegerán, en un pacto de impunidad, a menos que el pueblo vuelva a despertar, rompa la pantalla, e irrumpa en la realidad auténtica para cambiarla.

Artículo anteriorUn niño con síndrome de Asperger es separado de su clase en Argentina 
Artículo siguienteDe opinantes y opinólogos