Eduardo Blandón
Me encontraba de viaje en Nicaragua, cuando mi hermana empezó a quejarse por el tránsito vehicular de su adoptada Managua. Cada día se pone peor, me suelta. En el carro el aire acondicionado nos pone polar y ni eso mitigó su crítica. Está molesta porque la carretera que conduce a Masaya regularmente acompasa el recorrido de los carros. Sin contar, le digo, los policías que castigan a los que no conducen bien.
Yo no hago sino ficción porque dentro de mi corazón afirmo que mi peregrinación diaria es mucho peor. Si supera, pienso, que los cinco kilómetros que me separan del Liceo Javier me consumen una hora de lunes a viernes. No tienes idea, insisto mentalmente, en el significado de la palabra “tránsito”. Luego me torturo repitiéndome que son solo cinco kilómetros que recorro saliendo de casa a las cinco con cuarenta minutos.
Y claro que algún lector puede sugerir que hay lugares peores. Quizá se refiera a la china, la india o algún lugar de los Estados Unidos. No estamos solos, se consuelan algunos. Y, para ventura de ellos, sienten que la comparación es una especie de bálsamo anímico. Yo no siento ni pienso eso, aunque quizá debería estar resignado. Tal vez es más de sabios, levantarme contento por las mañanas (a las 4:30), tomar mi cruz, como los cristianos, y cargar con ella gustosamente.
Pero soy como mi hermana, compartimos el mismo código genético, y me lamento que la vida sea tan desgraciada desde el alba. No solo por mí, sino por mis hijos. Y más en grande, por muchos de los niños que van a estudiar y tienen que madrugar. Usted ha escuchado las historias. Pequeños de cinco o menos años, levantándose desde las cuatro de la mañana para subirse a un infame bus. Sin desayunar y semidormidos.
Algo no funciona en esto que llamamos civilización. Veneramos la velocidad, pero la ciudad tiene su ritmo aletargado. Luego ahí estamos en los carros, desesperados, molestos y condenados al ruido de las bocinas y la radio. Imaginando mundos mejores, sabiendo que solo existe en nuestra imaginación. Quizá pensando en el poder de alguna autoridad capaz de hacer milagros… luego recordamos que tenemos a dos tarados como alcaldes (y usted sabe a quiénes me refiero), y bueno la vida debe continuar.