Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Desde hace muchos años en La Hora hemos venido diciendo que el Financiamiento Electoral se ha encargado de prostituir por completo nuestra llamada democracia al punto de que la convirtió en auténtica pistocracia porque aquí no es el pueblo (demos) quien decide, sino los financistas que ponen el pisto para cualquier proyecto y según el chorro que abran, se aseguran no solo la elección del candidato ya comprado, sino que además el acceso a todos los negocios en las contrataciones, compras, licencias y concesiones que pueda hacer el Estado.
El asunto no es nuevo y cuento una anécdota de lo que me ocurrió en 1985, cuando fui candidato a Alcalde. Un exalcalde, amigo de mi suegro, en una reunión de familia se me acercó para aconsejarme que, de todas las ayudas económicas que recibiera, hiciera un apartado de un veinte por ciento para mí por aquello de que perdiera la elección. Me dio risa su consejo y le dije que yo estaba poniendo mis escasos recursos y que ni con eso me alcanzaba para equipararme a la competencia, mucho menos si por “precaución” decidía embolsarme parte de los también escasos aportes. Pero lo cuento porque me consta que desde hace muchos años los políticos se quedan con parte de los aportes de campaña para su uso personal y en la medida en que las campañas se fueron haciendo más y más costosas, mayor era esa tajada que enriqueció a Presidentes aún antes de llegar al poder.
Yo viví la campaña de 1966 en la que el Partido Revolucionario ganó por pura mística de sus seguidores que hicieron un voluntariado extraordinario y luego la de 1970 en la que los seguidores de Manuel Colom lograron el triunfo en la elección municipal sin disponer de abundancia de recursos. Eran años en los que la fe en los líderes y la mística ideológica impulsaban a la gente para trabajar con todo entusiasmo, reduciendo enormemente los gastos de campaña. Creo que todo empezó a cambiar con la creación de la Unión del Centro Nacional que ya participó en la elección de la Constituyente porque fue el primer “partido empresa” administrado así por su fundador Jorge Carpio.
A partir de 1986 empezó la gran escalada en el precio de las campañas y cobró relevancia como gran financista Ángel González porque nadie prosperaba sin su bendición y si alguien quería competir sin él tenía que gastar fortunas para tener presencia en radio y televisión. A falta de partidos políticos organizados y con grupitos electoreros formados alrededor de un caudillito, no era activismo lo que ganaba las elecciones sino la propaganda, es decir, el pisto y allí fue donde los financistas se convirtieron en la pieza clave del juego dizque democrático.
El financiamiento electoral es un soborno anticipado que se da a los políticos para condicionarlos y todos han honrado su palabra con los financistas, entregándoles el pastel de los recursos públicos y por ello no hay políticas de desarrollo porque aquí se trata de hacer negocios a como dé lugar y por lo que estamos viendo, hay esfuerzos para que todo siga igual.