Mario Alberto Carrera
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Dentro de unos tres o cuatro meses estaremos arribando a la celebración del medio siglo del nacimiento del famoso Mayo francés de 1968 (primero en Nanterre y después en París) y que realmente dio inicio en los Estados Unidos de América, en las universidades de Berkeley y Columbia.

Fue, la de 1968, casi una nueva Revolución Francesa. Me refiero desde luego a la de 1789. Por sus alcances filosófico revolucionarios y porque tuvo la intención de volver el mundo al revés. ¿Cómo así?, se preguntará el lector sobre todo si no es muy inquieto sobre averiguar lo que fueron los grandes movimientos culturales del pasado siglo, dentro del que aún estamos inmersos, porque el Siglo XX aún no concluye en cuanto a finiquitar sus más eclosivos o explosivos terremotos ideológicos, como por ejemplo el famoso, asimismo, Evangelio de la Liberación.

¡Pues sí!, respondería al lector que me preguntase por tan importante efemérides: Mayo de 1968 –y sus meses anteriores y sus años posteriores– forman el tuétano de lo que se bautizó como la Década Prodigiosa, en la que saltaron a las tablas mundiales, al menos de Occidente, figuras como Salvador Allende, John F. Kennedy, el Che Guevara (y su iconografía), Herbert Marcuse, Daniel Cohn Bendit, los Beatles, la cima de Elvis (y su pelvis más modosa y citadora que la del pobre Luis Fonsi en Despacito) el “streaking”, la fumadera de marihuana al por mayor ¡y ya descaradamente!; el LSD, la liberación femenina y la renuncia al brasier, el amor libre y la píldora.

La lista anterior –sola– podría caer en una mera frivolización o banalización del verdadero Mayo francés (y mundial) de 1968. Porque lo realmente fundamental fue lo primero que antes mencioné. Esto es, la intención filosófica de darle la vuelta a la visión del mundo, o veltaschaunng, que hasta ahora se sostenía. En y con la propuesta de armonizar dos polos ¡muy opuestos!: los conflictos de la lucha de clases, con los grandes conflictos humanos o psicológicos. Es decir, la unión de dos mundos teóricos eternos y distantes. Por decirlo con dos nombres: Marx frente a Freud. Cuya mezcla se propuso Herbert Marcuse y que realiza en su magna obra: Eros y Civilización. Emoción vs Razón. Y este mágico mejunje era el que navegaba en las arterias del Mayo de 1968, que llenó también de vigor intelectual el mundo académico y universitario de nuestra balbuceante Guatemala por los años en que yo elegí hacer mi tesis de licenciado en Filosofía y Letras, precisamente sobre Marcuse y, en cierto modo, sobre las tres emblemáticas letras simbólicas de aquel movimiento: MMM. Marcuse, Mao y Marx que se levantaban sobre las barricadas de Berkeley, la Sorbona o México. Y tímidamente aquí en nuestra inmutable Guatemala, tomando cuerpo en el esfuerzo provinciano que hacíamos algunos estudiantes y maestros de la naciente Landívar y la casi tricentenaria San Carlos.

¡Cómo no va a ser grato recordar y recordarle –lector– lo que fue este movimiento que proclamó la imaginación al poder!, con el fin de derrotar la vieja Razón que pululaba, renqueante, en todos los órdenes institucionales, como sigue aún en nuestra pobre Guatemala, donde ¡tan pocos!, recordaremos la que pudo haber sido una nueva Revolución Francesa, después ahogada por el gaullismo y el imperialismo clásico estadounidense.

Si sigo contando, en el futuro, con el privilegio de este espacio, ya le iré ampliando lector este asunto y le escribiré de otros. No quise tocar la temática que hoy nos agobia, porque ya resulta excesiva en todos los medios, aunque necesaria.

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