Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Yo no soy periodista de profesión, pero sí de corazón, porque he convivido con el oficio desde que nací. Mi bisabuelo (al que no tuve el gusto de conocer), mi abuelo y mi papá a quien le debo tanto y al que le agradezco más, desde pequeño me rociaron en el ADN la pasión por el oficio que comparto con mi profesión de abogado (gracias a Dios hay colegas que se han dado cuenta que no ajusto la agenda del medio derivado de los casos o clientes que tengo en la oficina).

La gran mayoría de periodistas del mundo tiene un contacto más directo con la realidad porque nos toca vivirla a diario en casi todos los ámbitos de la vida. Ya una vez debí buscar ayuda profesional porque los efectos de la violencia me pasaron factura y mi punto de inflexión fue al ver en la redacción una foto de una familia entera llorando con el cadáver de su padre en el asfalto.

Y las cosas que más me “joden” y duelen es estar reportando lo mismo casi que a diario sin que existan razones fundadas para pensar o sentir que el cambio está cerca. Soy el primero en reconocer que las cosas están tan mal por esa incapacidad colectiva que hemos tenido para ejercer nuestro papel ciudadano a lo largo de la historia.

Reportar muertes, robos, corrupción, impunidad, falta de oportunidades, carencias, dramas humanos ya no es suficiente al ejercer el periodismo, porque en el mundo pero en especial en países como los nuestros, mucha gente todavía busca en los medios una luz que alumbre el camino del cambio. Por eso el esfuerzo de muchos, acostumbrados a no jugar al tenor de las reglas, por decir que todo es “fake news”, que la prensa miente, manipula, etc.

Y claro, también hay que reconocer que los faferos, los que a cambio de dinero moldean la pluma o los chismes dominicales, las historias o sus agendas, los que con tal de tener “sus proyectos” se ponen a lavar dinero y/o a defender a quienes meten sus manos de forma perversa en los medios, dan motivos para aquellos que desean presentar a la prensa como el enemigo más peligroso, incluso por encima de la desigualdad, de la violencia, del racismo, de la corrupción y la impunidad.

Cuando uno busca las maneras de incidir más allá de reportar y con el afán de que más gente pueda tener oportunidades (porque, claro, el oficio da accesos que deben ser éticamente utilizados), hay muchos que dicen que eso es hacer activismo y que una cosa pelea con la otra, punto con el que no estoy de acuerdo porque siempre y cuando uno sea transparente, asuma responsabilidades (mi padre me ha enseñado a saborear lo positivo, pero también a dar la cara en lo negativo), mientras uno no moldee los hechos en base a lo que se quiere o piensa, mientras uno no cierre las puertas a diferentes corrientes de pensamiento, yo creo que todos tenemos una harta obligación de ejercer ciudadanía, aunque eso pueda significar que un periodista haga cosas que no son rutinarias del oficio.

En noviembre del año pasado fui al Congreso, sin ocultar nada, porque creía y sigo creyendo que con el sistema de justicia actual Guatemala no tiene futuro. Muchos colegas y amigos me abordaron respecto a si debía haber asistido o no, pero no me habría dejado tranquilo decirle a mi familia que por ser periodista no ejercí mi papel ciudadano en un momento que podrá marcar el resto de sus vidas.

Guatemala vive tiempos tan críticos que no puede uno quedarse encerrado en la redacción con la excusa de que un oficio no permite ejercer ciudadanía y por eso he escrito y he dicho públicamente, por ejemplo, de que si queremos futuro debemos quitar el monopolio a los partidos políticos para nominar o designar candidatos al Congreso de la República.

Lograr eso es una batalla titánica y se debe generar el debate social en los medios de comunicación y demás espacios de expresión, pero no se logrará si no entendemos que debemos ejercer ciudadanía sin importar el o los oficios que tengamos en la vida.

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