Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Ayer fue un día trágico en muchos sentidos, para muchas personas y en general para los habitantes de un país cuya sociedad se resiste al cambio o, siendo menos pesimista, no encuentra los caminos de ese cacareado cambio.

Las redes sociales se inundaron de comentarios, unos mesurados, otros no tanto, pero todos demostraban frustración. La tragedia de ayer en el Hospital Roosevelt fue una tragedia anunciada porque ya habíamos tenido dos hechos similares, pero una vez pasó “la pena”, no se hizo nada para cambiar parte del fondo del problema.

En el 2015, el San Juan de Dios fue el escenario en donde cuatro personas perdieron la vida (hecho relacionado al traslado de reos) y en el 2016 fue el turno de la Unidad Nacional de Atención al Enfermo Renal Crónico (UNAERC), donde también murieron cuatro personas (por traslado de reos). En ambos casos, hubo una gran bulla el día de los hechos y algunos posteriores, pero poco duró la preocupación y, por eso, nunca se discutieron alternativas coherentes para el traslado de privados de libertad.

Hoy nos escandaliza la corrupción, pero nos pasa al igual que con el traslado de presos, es decir, las reglas siguen igual y por lo tanto el sistema sigue operando igual. Se ha disminuido la ejecución estatal porque no han encontrado la manera de hacer negocios y ante ese problema, se reprime el gasto, porque dinero hay y más que antes.

Nos escandaliza que a Marta Sierra de Stalling, su hijo y siete procesados más se les cierre provisionalmente su caso, pero cuando se discutieron las reformas al sector justicia que buscaban quitarle poder a esos peones de la impunidad para darle paso a buenos jueces de carrera, nos enfrascamos en debates tontos que lograron el objeto de que todo siguiera igual.

Aprendimos a convivir con la violencia como si fuera una normalidad, con la falta de oportunidades como que si fuera algo de rutina, con las carencias en salud; educación y justicia que son parte integral de nuestro futuro; con la corrupción como si fuera un mecanismo lícito de hacer dinero y con la impunidad como la forma de resolver problemas judiciales… Así es imposible construir un país diferente.

Y por eso es que titulo de esta manera la presente columna, ¿cómo jocotes podemos esperar resultados diferentes operando bajo el tenor de las reglas que nos permitieron llegar hasta estos niveles de deterioro? Decimos querer cambios, pero cuando éstos se discuten, siempre encontramos la excusa perfecta para decir “mejor no” por motivos absurdos.

Lo más preocupante es darnos cuenta que el nivel de deterioro que ha alcanzado el que un día fue llamado “el País de la Eterna Primavera”, se debe en gran parte, a la indiferencia con la que hemos ejercido nuestro papel ciudadano.

En el 2015 vivimos “un despertar”, pero lo malo fue que las reglas, las bases del sistema siguieron igual, lo que provocó que los vicios siguieran allí y por eso es fundamental entender que sin que el Congreso atienda el clamor ciudadano por cambios, las cosas seguirán igual o peor.

Nunca antes en la historia, el cambio ha dependido tanto de usted y de su deseo porque las cosas se hagan bien.

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