Estuardo Gamalero
“El resentimiento, la crítica, la culpa y el miedo aparecen cuando culpamos a los demás y no asumimos la responsabilidad de nuestras propias experiencias.”
Louise Hay
¿Cómo evitar que un dictador llegue al poder? ¿Cómo evitar que la justicia caiga en manos de intereses políticos e ideológicos? ¿Cómo impedir que la economía de mercado la ejerzan mercantilistas escudados en sobornos? ¿Cómo disuadir que la libertad de expresión no se convierta en un clima de chismes sin fundamento ni responsabilidad? ¿Cómo lograr que los diputados sean gente proba, capaz y honrada? ¿Cómo evitar que la voz de la sociedad civil la coopten activistas que viven de la confrontación y el pleito? ¿Cómo logramos que la “academia” genere propuestas y estudio, pero se aparte de la contaminación ideológica? ¿Cómo evitamos que los policías se conviertan en ladrones? ¿Cómo logramos que los padres se responsabilicen por sus hijos y les transmitan principios y enseñados con el ejemplo?
Cada una de esas preguntas ciertamente invita a un estudio profundo y genera respuestas de diversa óptica. Pero de lo que si estoy seguro, es que ninguna de ellas necesita de una ley nueva para satisfacer su objetivo.
Usualmente, los políticos y quienes juegan a hacer o incidir en política, les gusta creer, justificar y convencer, que los cambios se lograrán a través de nuevas leyes. Lo anterior puede ser cierto en casos específicos, en aquellos cuya experiencia demuestra que el conflicto o el problema se dio por la ausencia de legislación y no por el incumplimiento o manipulación de la norma vigente.
Y antes de continuar, lo invito a que usted mismo se responda si en los últimos 20 años, usted recuerda algún problema que se haya resuelto por la aprobación de una ley o la implementación de un programa social.
¿Culpa de qué y de quién son nuestros problemas? Muy fácil es hablar, denunciar, señalar y criticar. Pero ahora que está de moda el cambio que lleva el país, se ha cuestionado, si usted no es o ha sido parte del problema. Lo pregunto con mucho respeto, pero si en realidad lo que usted dice, hace y genera todos los días no prospera u ofrece soluciones, quizás valdría la pena preguntarnos si no hemos sido parásitos del sistema.
Que no se nos olvide que: «Las excusas son razones llenas de mentiras».
Entonces, ¿está usted dispuesto a participar o sigue esperando que alguien más, o una ley resuelva sus problemas?
La semana pasada, un amigo, abogado panameño escribía: “este país no necesita un cambio de modelo económico, sino un cambio de la clase política” y vaya si estoy de acuerdo con ese enunciado.
El problema es que la actual clase política y quienes inciden sobre la misma, se resisten a reconocer que son la fuente del problema y entonces para simular un cambio de resultados esperados, ofrecen cambiar las leyes como solución de los problemas o entran en competencia por quién genera el cambio que más conviene.
Lo anterior, no solo es un engaño, sino, además beneficia al grupo de personas que momentáneamente ejercen el poder, pues logra con su agenda de control, manipular ya sea a sus adversarios políticos (la historia universal de la sociedad) o a todos los corruptos que tengan “la cola machucada” (la historia moderna).
Dos cosas detonan la corrupción: i. La ambición de hacer dinero fácil abusando de la ley; y ii. La burocracia plagada de trámites, cargas y requisitos.
El cambio de clase política es de vital importancia si deseamos mejores resultados para el país. Con lo anterior no pretendo atribuirles toda la responsabilidad de nuestros problemas a “los políticos”, pues vaya si la corrupción salpica y emana abundantemente de la misma sociedad civil, de empresarios, indígenas y ladinos, religiosos, sindicalistas, amas de casa, periodistas, perfiles falsos en redes sociales e incluso la comunidad internacional.
Lo anterior es porque la corrupción es una enfermedad, y al igual que la gripe o el cáncer no distinguen entre hombres y mujeres, razas, edades, profesiones, etcétera: tampoco lo hace la corrupción.
El enorme reto que tiene la sociedad guatemalteca es cuestionar, insistir y lograr que los partidos políticos realmente incluyan como parte de su oferta, gente que cumpla con el perfil y la excelencia que se necesita. Las organizaciones políticas por su parte, requieren un cambio inmediato de actitud. Deben hacer a un lado la nube negra que define su pasado y responder con madurez a la crisis política y la falta de credibilidad institucional que atraviesa Guatemala.
La gran pregunta en ese sentido es: ¿Y los actuales dirigentes políticos realmente están dispuestos a dar el ejemplo y permitir el cambio de estafeta a una nueva élite?… conste que lo anterior tampoco constituye una garantía para el éxito, pero al menos ofrece a la población una oportunidad de cambio real, que no depende de una ley, cuya ejecución o cumplimiento, nuevamente dependerá de aquellos que la interpretan, acomodan y manipulan a su antojo.