No es simplemente porque en su judicatura haya caído el mayor número de procesados por caso de alto impacto en la historia del país, pero es obvio que el juez Miguel Ángel Gálvez se ha convertido en el juzgador más recusado de todos los tiempos, lo cual es consecuencia de factores muy especiales, pero sobre todo hay que ver que a Gálvez se le teme por lo acucioso de su trabajo y porque obviamente no es uno de los jueces de la impunidad a los que hemos estado acostumbrados en Guatemala, país donde la justicia ha sido siempre selectiva.
Lo mismo lo recusa el expresidente Otto Pérez Molina que cada vez que tiene oportunidad presenta acciones para apartarlo de los juicios que le siguen por diversos ilícitos, que el señor Barreda acusado por la desaparición y muerte de su esposa, Cristina Siekavizza y toda la pléyade de individuos que han ido a parar al Tribunal de alto impacto que dirige este peculiar personaje que mantiene una calma extraordinaria aún ante los improperios que le lanzan frecuentemente quienes buscan hacerlo perder la cabeza para que dé motivos para que prospere alguna de las recusaciones. Con decir que hasta la Junta de Disciplina, se lo ha querido volar con recursos de huizache queda dicho prácticamente todo.
Pensamos que cada nueva recusación es como una medalla que se tiene que colocar en el pecho Miguel Ángel Gálvez porque, sin duda, que ellas lo definen como un probo, independiente y justo abogado que no se deja mangonear por las prácticas tradicionales de nuestros procesos en los que se ve tal clase de vericuetos que paran el pelo. Con su proverbial tranquilidad, el juez ha ido resolviendo uno a uno los incidentes que se plantean con la intención de retardar los procesos hasta que llegue el momento, tan esperado, en el que se pueda litigar sin la sombra de Thelma Aldana al frente del Ministerio Público y de Iván Velásquez al frente de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala.
Porque no hay que llamarse a engaño. La estrategia procesal que se sigue en todos los juicios iniciados por el tema de la corrupción están centrados en ir retrasando los mismos para que llegue ese ansiado escenario en el que se pueda disponer de acusadores «normales», de los que siempre hemos tenido y cuyo molde pareció haberse roto en el año 2015, pero que por obra y gracia del freno a las reformas al sector justicia, los diputados han vuelto a consagrar como la panacea de la inmunidad.