El descaro con que se utilizan muchos argumentos de quienes trabajan intensamente para fortalecer y perpetuar el sistema de corrupción en Guatemala nos debería dejar claro ya que estamos ante una podredumbre que se niega a desaparecer para garantizar las malas prácticas con que muchos se hacen millonarios.
Por un lado, los diputados, ante la remota posibilidad de que los magistrados del TSE hagan su trabajo, han manifestado con claridad –y fueron grabados– cómo quieren secuestrar la institucionalidad. Y eso a pesar de que los magistrados se pusieron de alfombra, con FCN-Nación y la UNE. Asimismo, funcionarios dentro de los que está el mismo presidente Jimmy Morales, piden que se eliminen los sistemas de control en la Ley de Compras y Contrataciones del Estado para “agilizar” el trabajo. Estamos viendo que el sistema completo está podrido, pero piden arca abierta.
Los dirigentes de “movimientos sociales por la transparencia” se presentan como voces contra la corrupción, pero no ven “nada de malo” en recibir la plata de las comisiones que pide el ministro más cuestionado de un gobierno. La corrupción de Sinibaldi y el PP era más que pública y no hay excusa para que un grupo de activismo, dizque cívico, no lo supiera y planificara con él campañas de desprestigio a sus rivales.
Muchos han sido los que se quejan de estos esfuerzos por institucionalizar el país por medio de la lucha contra la corrupción y la impunidad que generan una desaceleración en la economía. Si ni el gobierno ni la economía pueden funcionar en el marco de la decencia, obviamente ni el gobierno ni la economía en esas condiciones sirven al país.
¿Qué pasa si se limita la lucha contra la corrupción a la administración del Partido Patriota? Ya lo vivimos, pues muchos creyeron que con Alfonso Portillo se daba lección para castigar a los corruptos y, evidentemente, sabemos que el sistema solo se perfeccionó. Urge que los brazos de la justicia alcancen a otros gobiernos y alcaldes como los involucrados en Transurbano, por ejemplo.
Pero ya hay gente convencida de que el sistema era mejor como estaba; son quienes piensan que Mario Taracena es el paladín de la transparencia, que Álvaro Arzú y Jimmy Morales no son ni corruptos ni ladrones. Que los poderes reales son víctimas de extorsiones de los políticos y que el ciudadano de a pie debe seguir callado sin aspirar a nada. ¿Será eso lo que queremos? Mientras la sociedad siga tan calladita, tan timorata y tolerante con los pícaros, eso es lo que tendremos.