Fernando Mollinedo C.

De Chinautla venía una vez por semana la señora que se encargaba de hacer la limpieza en mi casa de habitación; me contó que el grado de pobreza que se mantiene en la región le golpeaba demasiado, pues al no saber leer ni escribir el idioma castellano (español) se le hacía cuesta arriba encontrar trabajo formal en alguna institución o empresa.

En la última ocasión su presencia en mi casa fue distinta; lucía demacrada, sus labios secos y su actitud apenada; estaba enferma y eso la alejó del trabajo doméstico que usualmente realizaba en otras casas y la mía. Su persona resumió la condición de pobreza en que desarrolló su vida y la de su población, sumándose todas las desventajas sociales de educación, salud y trabajo. Sus hijas tuvieron mejor acceso a los servicios educativos, de salud e infraestructura básica en su vivienda, pero su trabajo con pocos ingresos no le permitió tener algún excedente para cubrir otros gastos.

Supe con pesar que falleció hace un año; eso me hizo pensar en lo lamentable que es la desigualdad permanente en que se vive en este país donde no se reconoce la dignidad del trabajo ni la solidaridad que debe existir en las personas. Se hace verdad aquello que los gobernantes de este país se niegan a dar: honestidad y respeto a la condición humana; pero si hacen gala de la ignominia, hartazgo, boato, descaro y hueveo impune, lo que los convierte y muestra como TRAIDORES A ESA PATRIA que es su pueblo y los reconoce como tales.

En Guatemala, millones de personas viven en estado de extrema pobreza; despiertan en una casa carente de servicios básicos, saben que tal vez no terminarán la escuela primaria porque es necesario buscar la comida diaria, pues los alimentos son insumos inciertos. En esas condiciones, la enfermedad es una condición no aceptada porque no se tiene acceso a los servicios de salud y la muerte es un beneficio muy caro, especialmente cuando como ella, se vive “al día”.

¿Por qué una mujer que tiene hijos e hijas adultas sigue trabajando para vivir? Porque su trabajo e ingresos no le permiten tener un pequeño fondo para solventar emergencias. Ella ejemplifica los cuentos de los abuelos y abuelas, de tener descendencia para asegurar un futuro con cuidados y bienestar, pero no se le cumplieron, pues hoy la crítica situación económica marcada por el trabajo con bajos ingresos no permite que la distribución de recursos se extienda más allá de la familia nuclear (padre, madre e hijos-hijas solteros).

También la temprana maternidad hace más difícil el concluir la preparación educativa mínima, eso convierte a los jóvenes padres y madres en trabajadores con empleos precarios y mal pagados; en el caso de las mujeres pobres es más difícil, pues culturalmente asumen que la totalidad de sus ingresos por el trabajo deben emplearse en los seres bajo su cuidado (menores de edad, adultos mayores o enfermos), en los sectores pobres de los espacios urbanos no tienen vivienda, ellas al igual que el resto de su familia están más expuestas a las condiciones de precariedad de vivienda y alimentación, sumado a la discriminación.

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