Tras una semana de escuchar testimonios y ver con sus propios ojos parte de nuestra realidad, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos expresó ayer sus preocupaciones por temas recurrentes de la vida nacional, entre ellos la notable desigualdad social que a nosotros se nos ha vuelto parte del paisaje, y la crisis institucional que se traduce en ausencia de un Estado capaz de proteger los derechos individuales más importantes. Ya sabemos que el simple hecho de que sea una comisión de “derechos humanos” los vuelve parte de los malos en un país donde se ha vilipendiado el concepto para hacerlo ver como parte de la agenda de la izquierda sin entender que la protección de esos derechos ha sido preocupación universal a lo largo de la Historia.

En el conflicto armado que sufrimos el gobierno de Lucas García emprendió una campaña muy exitosa para convencer a los guatemaltecos que los derechos humanos era tema de los “izquierdos humanos”, literalmente expresado. Buena parte de la prensa de la época le siguió y cuando el gobierno de Jimmy Carter condicionó la política exterior de Estados Unidos al tema de los derechos humanos, hubo columnistas que haciéndose los graciosos lo bautizaron como Jimmy Castro, simplemente porque los derechos de los individuos eran importantes para él.

Hoy en día esa tesis subsiste y se cree que los derechos humanos son para proteger a los delincuentes y perjudicar a la gente honrada. No se entiende que la protección de los derechos humanos se aplica a todas las personas individuales, lo cual ha significado que en Guatemala cueste mucho avanzar en esa materia por la concepción totalmente errónea que los gobiernos militares lograron meter en la cabeza de la gente.

Si leemos con cuidado y detenimiento lo dicho por los Comisionados de la CIDH, veremos que están tocando el meollo de nuestra problemática política y social. Hablaron de corrupción, impunidad y desigualdad, realidades que no podemos negar y que exigen un compromiso de los mismos guatemaltecos para resolver ancestrales problemas que hemos incrementado por ese desprecio absoluto a la idea de que todos los seres humanos tenemos la misma dignidad y los mismos derechos.

Afirmamos que esta situación es insostenible y que el riesgo que hay de que nos convirtamos en otra Venezuela es mayor en la medida en que dejamos sin atención esos problemas. No tarda en salir un Chávez que con su prédica levante a un pueblo insatisfecho y frustrado. La ausencia de liderazgos es terreno fértil para ese surgimiento y el caldo de cultivo está en la pobreza y desigualdad.

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