Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

El de ayer fue un día que quedará para la historia, porque la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) desnudó y evidenció nuestra realidad. Daba cólera ver cómo estos señores tenían una imagen tan exacta de lo que vivimos, mientras nuestras autoridades se empecinan en decir que estamos bien, entre otras cosas, porque cada tantos meses se aprueban edificios.

La CIDH nos dice que sí, que hay avances pero que son leves, que persisten los poderes paralelos y que la desigualdad sigue siendo un sello de agua, además de advertirnos que el país se encuentra en una encrucijada. Hablaron de las carencias de la justicia y los ataques a sus operadores, del sistema en general, de las cárceles, de la salud, de la educación, de la desnutrición, de la falta de oportunidades, de los pueblos originarios y sus derechos, de las crisis humanitarias que se viven.

El presidente de la CIDH, Francisco Eguiguren, dijo “Nuestra sensación general es que Guatemala vive una situación especial, una especie de encrucijada, su Gobierno, su sociedad tienen que decidir si se avanza sustantivamente en superar aquellos factores estructurales que generaron mucho tiempo atrás un conflicto armado con un saldo doloroso de violación a derechos humanos… o se avanza o se retrocede y se estanca y subsisten los problemas que han generado conflictos en el pasado”, dijo en la rueda de prensa ofrecida ayer.

En un país con una sociedad dominante como la nuestra, tan empecinada en no ver la realidad, una declaración de esta naturaleza es descalificada por razones ideológicas sin siquiera analizar por un momento los vicios que pitan el fondo del asunto, que al final del día, son las razones de ser de nuestros problemas.

Los actores sociales, tanto de derecha como de izquierda, esos que reciben pisto de cualquiera para “luchar” por lo que creen o necesitan sus financistas, no reparan que lo dicho ayer por los representantes de la CIDH es la “verdad verdadera” y que sin aceptar que estamos en un nivel de descomposición aguda, no hay futuro.

Y digo que el día fue ilustrativo de la realidad, porque el empresario José Luís Agüero aceptó sus hechos en el caso de la corrupción de Sinibaldi y detalló cómo fue que operaron las mordidas, detallando además que hizo pagos a cuenta de Sinibaldi para que un grupo “cívico” hiciera una campaña contra Manuel Baldizón. Esas prácticas de servir al mejor postor las hacen los radicales sin sentido tanto en la izquierda como en la derecha y para muestra un botón; en otras palabras, entre los dirigentes como Joviel y Caal no hay mucha diferencia a los brazos de choque de la derecha como Rodrigo Arenas.

Y tales declaraciones demuestran que los vicios del sistema son igual que los problemas de presidios, es decir, irreparables y que al igual que presidios, se necesita un nuevo orden para darle viabilidad al futuro.

Es por eso que yo insisto, que si de verdad queremos tener esperanza de que un futuro cercano es mejor, debemos encontrar un punto de acuerdo para darle viabilidad al cambio y eso pasa por quitar el monopolio de los partidos políticos para nominar candidatos al Congreso de la República y debemos explorar la tesis de Acisclo Valladares de los distritos pequeños. Una vez logremos eso, desde el Legislativo tocará componer el resto del sistema.

Si no logramos copar el Congreso, lo que ayer dijo la CIDH y el señor Agüero, seguirán siendo nuestro pan de cada día sin importar el Gobierno de turno y la ideología de la sociedad civil radical.

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