Eduardo Blandón

El racismo como otras formas de desprecio se cristaliza en la sociedad sin que apenas nos demos cuenta. Es tan desgraciado el fenómeno que en ocasiones escasamente es perceptible y de manera ingenua lo reproducimos. Así, nos sentimos al margen de esa conducta que quizá con el tiempo sintamos bochornosa. Porque, admitámoslo, a veces hasta los espíritus más refinados se distraen y cometen errores.

Desde esa perspectiva quizá no debe extrañarnos lo infame que suele ser nuestro lenguaje y las caídas libres y accidentes en que a veces incurrimos. Es inevitable, me parece, la cultura se nos impone, con todo lo hermoso y deleznable que tiene, y hay que reconocer cuando se puede, esos deslices que a la larga nos hacen palidecer.

Pero hay que ser humildes. Aceptar que nuestros esquemas se aherrumbran con el tiempo y no nos hacen lucir bien. Por ello, es buen síntoma sentir vergüenza por esas expresiones marchistas, sexistas y/o racistas, porque revela el reconocimiento de que el anquilosamiento está haciendo lo suyo y que las venas humanas se atrofian y obstruyen. Eso constituye un buen punto de partida para renovarse y no dejarse vencer por la exposición de los malos aires.

Lo contrario, negar con tozudez de que somos particularmente intolerantes, sosos, simplistas y crueles al hablar, no nos hace un gran favor. Ello revelaría más bien un espíritu de arrogancia que a la larga condena al error y posteriormente, con el tiempo, al ridículo público y la conducta perversa. Que es justamente lo que sucede comúnmente: la pedantería y la insensatez en grados de vergüenza.

Una discusión serena sobre esas trampas del lenguaje e inmovilismos mentales son oportunidades para el crecimiento individual y social en beneficio de la sociedad que se revisa constantemente. No hay nada malo en la parálisis si a cambio es aprovechado para revertir conductas trogloditas e indignas de sujetos relativamente civilizados del siglo XXI.

Atrevámonos a cambiar, que no nos dé vergüenza. Aceptemos nuestras deficiencias y no caigamos en la perversidad de quienes se regodean en el racismo, despreciando a los cuatro vientos, a sus iguales por fiebres del todo curables con pequeñas dosis reflexivas y humanas. Sintámonos miserables cuando descubramos la infamia y apliquémonos a cambiar para el bien de todos en la sociedad en que vivimos.

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