Juan José Narciso Chúa

Cuando uno piensa en 17 años atrás, sin duda se da cuenta que el tiempo ha pasado, ciertamente sabemos por la edad que ha transcurrido buena parte de la existencia, pero cuando nos enfrentamos con personas que dejamos de ver hace mucho tiempo –en este caso, apenas 17 años– sin duda uno piensa y luego magnifica esa variable inexorable que no perdona como es la edad.

El domingo tuve la oportunidad de vivir un agradable e inolvidable encuentro, que no sólo representó el tiempo que media casi dos décadas, sino visualizar concretamente el presente desde la perspectiva de haber visto a niños, hoy convertidos en jóvenes maduros, con una trayectoria de vida establecida y viviendo con pasión sus propios derroteros existenciales.

Santiago Santacruz, es uno de mis grandes hermanos en la vida, puedo decir que es uno, pues tengo la fortuna de contar con otros hermanos no biológicos, nos conocimos hace ya 47 años, allá en las aulas, las canchas y las calles del glorioso Instituto Nacional Central para Varones, tuvimos la oportunidad de convivir como compañeros de equipo de vóleibol con el inolvidable Club Santo Domingo, incluso fuimos del equipo que ganó el primer campeonato en la Liga Mayor de este deporte, en el ya lejano año 1975.

Fuera de ello compartimos el gusto por el básquetbol y en ese transcurrir de la vida, nos pudimos conocer nuestras luchas, nuestros esfuerzos por jugar y estudiar en la Usac –él en Medicina y yo en Económicas–, ambos también fuimos árbitros de vóleibol justamente para agenciarnos de “unos centavos de más”, durante los fines de semana, que constituían un enorme capital en aquellos años para estudiar y divertirse un poco.

Cuando se hizo médico fue reconocido como un excelente estudiante, Santiago fue de un gran apoyo para cualquier dolencia o enfermedad. A partir de acá, la vida nos separó, aquél se fue a “estudiar becado” a un país del Cono Sur, cuando la verdad era otra, hoy conocida y pública, para convertirse en el Comandante Santiago.

No fue sino hasta el año 1985, cuando volvimos a vernos, en un encuentro lleno de incertidumbre, de cuidados extremos e incluso de una “piadosa emboscada” a Sergio Mejía –mi otro hermano–. Lo cierto que a partir de ese momento nuestra amistad se acrecentó y profundizó, hasta el día de hoy. Este domingo recién pasado, pudimos juntarnos con Santiago y la Pelu –su compañera, su mujer, su amiga y consejera–, gran amiga y hermana mía y aún mejor tuvimos la presencia de Pablo, Paula y Luis Santiago –sus hijos– y de Sofía Alejandra, Lucía Gabriela, Jennifer Waleska y Juan José –mis hijos– mi yerno Pablo y mi nieta Nicol.

Un encuentro muy emotivo por todas las circunstancias del momento y del tiempo transcurrido entre aquellos niños de Santiago, para verlos hoy hechos unos jóvenes, con su destino encaminado. Es increíble la genética, el papá y los tíos de Santiago fueron miembros de la Sinfónica Nacional y hoy todos sus hijos se desenvuelven en el ámbito de la música. Pablo estudiando y trabajando para una sinfónica en Berlín; Paula estudiando música en Oklahoma y Luis Santiago, estudiando producción musical en Orlando, Florida.

Hicimos recuerdos en común, como la anécdota de Luis Santiago, cuando se salió de la piscina, se bajó la calzoneta y orinó afuera y nuevamente se subió la calzoneta y se sumergió de nuevo en el agua, inolvidable. Es indiscutible ver el transcurrir de la existencia en los ojos de los hijos y su propio desenvolvimiento, sin duda los Santacruz y los Narciso, van en camino de ser hombres y mujeres de bien.

Con la Pelu, igual pudimos ponernos al día de sus hijos y nietos parisinos, con la misma constatación de que su rumbo se encuentra encaminado y apunta a ser personas que aporten todo su trabajo para mejorar sus entornos familiares cercanos y sus propias sociedades. No cabe duda que hacerse viejo pudiendo observar el desarrollo positivo e independiente de los hijos y de niños queridos como los de Santiago y la Pelu, le permite sentir mucha satisfacción y, ni hablar, mucho orgullo sobre esa gran responsabilidad de ser papá y mamá. Gracias Santiago y Pelu, gracias hermanos Santacruz, gracias mis hijos por participar en este agradable reencuentro con la vida y los años. Salud, por la vida. Salud Pelu y Santiago, salud mis hijos.

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