Víctor Ferrigno F.

Escribimos nuestra pequeña y personal verdad.

Con un gesto que me honra y me compromete, La Hora me invitó a publicar una columna de opinión semanalmente, la cual intitulo Cabildo Abierto, porque trataré los asuntos nacionales e internacionales desde una perspectiva social, con el ánimo de promover un debate cívico, responsable y constructivo, que aborde el fondo de cada cuestión.

En esta primera oportunidad quisiera compartir con ustedes, estimados lectores, las razones por las cuales me dedico al noble, y a la vez ingrato, oficio periodístico, en el cual empeño mi palabra y mi existencia.

Me inicié en el periodismo en 1977, en la publicación Noticias de Guatemala, que hizo historia, pagando un alto costo en vidas durante el conflicto armado. Mi amor por el oficio me ha llevado a publicar en medios de Guatemala, El Salvador, México, Alemania y Argentina. Cabildo Abierto inició su andadura el 31 de diciembre de 1996, en un matutino en el que publiqué por varios años, alcanzando más lectores de los que me esperaba.

Por alguna razón inexplicable, una vez se comienza, escribir se convierte en un vicio. Uno no sabe si va a ser leído, escuchado, comprendido o vilipendiado, pero continúa haciéndolo. Quienes escribimos por vocación no lo hacemos por un vulgar afán de notoriedad; es una necesidad imperiosa de poner en blanco y negro razón, corazón y vísceras. Se trata de algo que surge de muy dentro, como escribió Octavio Paz, el autor del Laberinto de la Soledad,… la palabra es hija del silencio, nace de sus profundidades, aparece por un instante y regresa a sus abismos.

Muchos piensan que trabajar con las palabras es fácil, pero se equivocan. Hay que conocerlas, saber usarlas, combinarlas con convicción y gracia, y tener conciencia que si no las honramos, alguien puede hacérnoslas tragar.

Es falsa la premisa de que se escribe por una búsqueda de la verdad universal, como si ésta existiera. Uno lo hace para decir su verdad; su pequeña y personal verdad, que ni es la de todos, ni es la mejor ni la única, pero en ello, a veces, se nos va la vida.

Publicar es un aliciente para el vicio de escribir. A éste se suma el compromiso con los lectores, aunque uno no sepa si son muchos o pocos. Cada entrega, cuando se es responsable, se convierte en un esfuerzo por honrar ese compromiso de la mejor manera, tratando de abordar los temas de actualidad con responsabilidad, independencia de juicio y mesura. Así entiendo yo el oficio de escribir y publicar.

Considero que en sociedades polarizadas como la nuestra, obligadas a transitar hacia la democracia, la prensa debe jugar un papel de equilibrio frente a los desmanes del poder, evidenciándolo y analizándolo, constituyéndose en un virtual contrapoder. Sin embargo, debe cuidar de no convertirse en un poder en sí misma, pues corre el riesgo de constituirse en la prensa del poder, sea este económico o político.

Los periodistas y los empresarios mediáticos no debemos caer en la tentación del protagonismo político, so pena de desvirtuar nuestra función social. Todos debemos tener presente que la prensa es solamente un elemento –tal vez el más visible– del sistema de fiscalización ciudadana que debe velar por la legitimidad del ejercicio del poder.

Dejo constancia que en el esfuerzo de honrar la palabra empeñada no estoy solo; me acompañan decenas de hombres y mujeres periodistas que, con integridad, hacen realidad la libertad de prensa, lo cual es de gran valía en un país que apenas comienza a salir del oscurantismo de la represión y la impunidad.

En esta hora aciaga que vive el país, cuando hacen agua las hegemonías históricas, esas que han mantenido a las clases trabajadoras y productoras en condiciones infrahumanas, se hace más necesario que nunca una prensa independiente, que honre el sentido profundo de su función crítica y analítica. Es en esa perspectiva que empeño mi palabra con los lectores, y con este vespertino, que hoy día es el decano de la prensa nacional.

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