Francisco Cáceres Barrios
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Decir que ya sabíamos todo lo descrito en la conferencia de prensa que se llevó a cabo el pasado viernes 14, cuando las autoridades, el Ministerio Público y la CICIG informaron del operativo que trajo como consecuencia la captura de varios encartados en los turbios negocios de Alejando Sinibaldi, exministro de Comunicaciones y excandidato oficial a la presidencia, podría sonar petulante, pero no lo escribo con esa intención o ánimo, sino porque la visión general de la corrupción denunciada no era ningún secreto para nadie, aunque no con la claridad con que los recientes hechos se fueron desenvolviendo, como que tampoco ignorábamos que el gobierno de Pérez Molina y la Baldetti había caído al peor desprestigio que alguien haya tenido en nuestra historia.

Y vaya si no es mucho decir, por cuanto los anteriores no se escaparon de ser igualmente señalados, pero nos faltó el valor o al menos la presencias de la CICIG que le vino a facilitar a nuestra sociedad para poder conocer una serie de delitos cometidos que van, desde el financiamiento ilícito electoral; las operaciones de negocios ilícitos tanto a nivel nacional como internacional; las famosas “empresas de cartón” que tanto han servido de parapeto para facilitar infinidad de aparentes servicios, como facturas; pago de sobornos ocultos con operaciones lícitas; cohecho activo y pasivo; pasando por la contratación de testaferros y sus pagos; reconocimiento de comisiones o extorsiones, a cambio de pagos de las llamadas “deudas arrastradas” y las resoluciones favorables a problemas derivados de negocios celebrados por gobiernos anteriores como los ocurridos durante el período Colom/Torres.

¡Qué descaro! Expresan algunos críticos, sin embargo, la gran mayoría de la población hemos sido enterados que para salir beneficiados con un contrato del Gobierno se debía pagar un porcentaje que empezó en niveles del cinco o diez por ciento del monto total hasta llegar a más de la mitad de la ganancia que podría representar la operación, como también sabíamos que las coimas iban desde firmar el contrato, hasta cobrar el monto total a que ascendía el mismo. Nada nuevo en dos platos, pero aún así, no logramos salir de nuestro asombro, pues alguna vez o en más de una oportunidad le extendimos la mano a alguno de los señalados, como que todavía guardamos la esperanza de que pudieran ser falsos señalamientos. Ahora toca entonces seguir sufriendo, manteniendo la paciencia franciscana de escuchar a “honorables” defensores argumentando una serie de sandeces que lo único que nos lleva es a seguir perdiendo la confianza en que la justicia sea pronta y cumplida, aunque mantengamos la firme creencia de que la divina tarda, pero no olvida.

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