Eduardo Blandón
En ocasiones las personas necesitan retirarse, hacer un alto y meditar como una exigencia en que la vida frenética nos expone. Ello oxigena los pulmones y permite una renovación capaz de prologar una vida sana. Hecho parecido a los momentos en que se toma un libro y se conversa con el autor para enriquecer los puntos de vistas y discutir nuestras propias convicciones.
Un libro es así, una especie de oasis, paraíso o infierno, en el que la comunicación con los escritores suele ser fecunda. Digo que a menudo sucede así porque dependerá de la naturaleza y talante del intelectual. Los hay suaves, seductores y livianos. Otros en cambio son tempestad, vientos huracanados y terremotos capaces de no dejar piedra sobre piedra. Toda una vocación para el desasosiego de los lectores.
Esas crisis son convenientes por la posibilidad de reorientar nuestras vidas acomodadas a la certeza. Perder el equilibrio y tener fantasías y visiones son la oportunidad perfecta para avanzar en el peregrinaje del conocimiento. Además, que constituye una especie de homenaje a Dios (esto desde la perspectiva de la fe) al utilizar de la mejor manera unos talentos que con frecuencia se apoltronan y enmohecen por pura pereza.
Si lo creyéramos fuéramos bibliófilos, amigos de los libros y obsesivos de la lectura. Desafortunadamente, sin embargo, no sucede así. Con frecuencia leer es una pesadilla, un ejercicio desvalorizado frente al imperativo del actuar, el ejercer, el hacer para tener éxito y conquistar la cima del poder y el dinero. Más bien se piensa que leer es casi un vicio, propio de holgazanes que no tienen nada mejor en qué ocuparse. Vagos de pacotilla, idealistas, fantasiosos y muy improductivos.
Quizá en esto tengan responsabilidad la escuela y la familia. La sociedad que privilegia lo pragmático y sobrevalora otras actividades. El Estado, por carecer de políticas que favorezca el acceso a libros. Así, no hay bibliotecas, profesores, escuelas, talleres, ni nada que se le parezca. Los libros en Guatemala son una especie de utopía cuyo acceso es virtualmente imposible.
Por ello, iniciativas como Filgua deben valorarse por la posibilidad de un espacio para celebrar el libro. Son días en los que se ofrecen talleres, conferencias y ambientes lúdicos para que pequeños y grandes tengan acceso a un universo diferente y lleno de oportunidades para el espíritu. Además de la oportunidad de relacionarse con escritores nacionales e internacionales para comprender su hacer y conocer las claves de su ejercicio. Yo aconsejo que tome en cuenta la actividad y no se pierda el evento.