Dra. Ana Cristina Morales Modenesi
En la ciudad existen variados vendedores callejeros, especialmente en los semáforos. Hay quienes venden el sonar de un tambor, el limpiar de los vidrios de carro, malabares, bailes, sus mímicas, la exhibición de sus deformaciones físicas o padecimientos, su niñez y entre muchas otras cosas: mata moscas, alcancías, chicles, dulces, frutas, agua, agua de coco, pan de coco, papalinas, plataninas y flores.
Los vendedores suelen estar compartiendo espacio con mendigos, quienes no ofrecen nada a la venta. Solamente piden caridad. Además, es posible que surja alguno que otro ladrón. Esta visión se incrementa en los últimos años a causa de la pobreza. Y se torna asidua entre el atoramiento de carros. Aunado a ello, comenzamos a observar niños y viejos, que en otrora, estarían en sus casas y los menores en la escuela; no se expondrían ante el sol, la lluvia, la gente, para buscar alguna manera de sobrevivir.
Se puede observar en los rostros de estas personas expresiones diversas: agonía, malestar, angustia, tristeza, desconsuelo, impotencia, eventualmente sonrisas y manifestaciones de complicidad. También es posible ver enojo, y a veces rencor. Ante las personas, quienes utilizan automóvil, y seguramente son consideradas en una situación de vida ventajosa. Algunos, de manera furtiva, se desquitan con los vehículos, propiciándoles algún pequeño golpe o rayón.
Hoy una modalidad se expone, y luego, otros copian ese nuevo estilo. Y se vuelve común, y deja de producir impacto (existen funciones de gigantes, payasitos, malabaristas, bailarines…) Las personas al pasar, con frecuencia, no reparan en ese otro acontecer. Hoy, un vendedor de flores caminaba de manera infatigable, bajo la llovizna, su cara reflejaba angustia, y se volvía más ágil en caminar sobre la calle para ofrecer su producto con exactitud y presteza. Pero, tenía muchos manojos florales, para casi nadie que los apeteciera.
Los conductores iban ocupados en propios pensamientos, con la posibilidad de ser, inteligibles para ellos y a otros. Abordaban quehaceres futuros. Reflexiones y preocupaciones del día. Y a uno que otro, le apretaba el hambre o la sed. Algún patojo pensó en su novia, y compró flores, un marido arrepentido compró flores, como manera de buscar una ofrenda, para la esposa que se quedó triste y con desconsuelo, por la disputa de la noche anterior. Una amiga, decide llevarle flores a otra, con el fin de evocarle un mejor estado de ánimo. A alguien se le ocurre comprar flores porque se siente entusiasta, y busca felicidad en su hermosura. Alguien más, desea comprarlas, pero la plata no le alcanza.
Y mientras tanto, el vendedor de flores, un hombre anónimo, camina y camina, piensa que si no vende. Hoy no podrán comer él, ni los suyos. Las flores, simbolizan sus circunstancias de vida. Y hoy si hay sol se apagan y marchitan, la lluvia despega sus pétalos, las palidece, enturbia su olor, evoca a la muerte, se ponen ligosas e indeseadas. Y su mercancía se va, se desvanece. Y la tristeza y la angustia se le colocan en el corazón y en el vientre con un mayor apogeo.