René Leiva

En las oquedades mentales anexas a lo que se llama subtexto ya no sólo don José busca a la mujer desconocida; el bostezo de la obsesión infructuosa se contagia; o mejor, del impulso madurado por una cotidianidad de días y noches iguales. La desconocida no es una Penélope ni una Scherezade reconocibles. No puede esperar a quien ignora y ella misma es la abstracción de una búsqueda vana. Ni puede en muchas noches inventar relatos a quien la busca para que no la encuentre precisamente porque al ignorarlo, además, no la encontrará nunca. ¿Y para qué tanto enredo gratuito, seudolúdico? Porque leer no es leer. Porque, a veces, asociación de texto y lectura engendran galimatías de preferencia – -de preferencia, no por necesidad- – ocultable, no apto para…

Sabido y escrito está que el humano es un ser incompleto ¿por excelencia?; que a lo largo de su vida trata de suplir sus carencias síquicas, emocionales, existenciales… y de llenar sus muchos vacíos, sea con poder, prestigio, dominio, vanidad, adhesiones y adicciones de diversa y contrapuesta naturaleza. Al ciego de sí mismo lo guían la contradicción y la intolerancia, hijas a su vez de la civilización y la cultura. El hombre no es un ser libre, es un ser falso. A la falsedad original (¿) se le ha llamado libertad. En nombre de tal libertad se perpetran desde siempre ingentes falsedades, muchas catastróficas. La libertad, en cualquiera de sus grados y variedades, es la más mentirosa de las falsedades. A más supuesta libertad, mayor falsedad. Lo falso devasta límites.

¿Y esa digresión seudofilosófica, barata baratija, qué relación tiene con don José? Su colección secreta de recortes de diarios y revistas sobre personajes famosos en algo o en mucho adereza su soledad, otorga significado disperso a su insignificancia, sutura algún expuesto vacío, hace las veces de lúdico espejo deformante de imagen, juega a una minúscula Conservaduría particular y aristocrática con más palabras y menos polvo, telarañas y sombras, concede un cierto protagonismo creativo y crítico a su anónimo colector, disfraza de libre albedrío su extraña afición y oblicua inclinación, confronta y contradice el hacinamiento de fichas con todos los nombres de la Conservaduría; como recopilación privada, aunque hecha pública y redactada por otros para medios de consumo masivo, instaura una suerte de modesta metafísica o alegoría de las clases sociales y el clasismo.

En una relación de peripecias, sea poesía o ficción, puede encubrirse la siempre latente y latiente tentación, incluso por parte de ateos, agnósticos y escépticos, de aludir a un lejano o cercano más allá poblado por quienes ya no alientan en este mundo y manifestarse, a su manera, mediante signos no por cualquiera perceptibles. Tal a don José entre las fosilizadas tinieblas de la Conservaduría.

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(Quienes ven televisión originada en Guateanómala critican que en un canal azteca-mexicano se transmite cierto noticiario oficial, del gobierno central y el Congreso, disfrazado de independiente, perpetrado por un tal “Veneno” (con antídoto de culebra), quien no tiene empacho alguno en lavarle la cara al mandamás de turno, a funcionarios y diputados, y en echarle lodo al MP, la CICIG, la SAT, Derechos Humanos y al embajador del Imperio, entre otras sinvergüenzadas oligárquicas. ¿Algo nuevo bajo el Sol mercantil?)

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