Isabel Pinillos
ipinillos71@gmail.com

En el contexto de la movilidad humana, de manera simplista, se explica que la migración se resuelve dando trabajo. Pero desde su entendimiento social, esta responde a múltiples causas. Dentro de estas se reconoce la debilidad de un Estado en sus diferentes aspectos, como salud, educación y seguridad. Pero hoy resalto la expulsión de paisanos por la construcción de una sociedad no inclusiva, con grandes rasgos de discriminación. Cuando se unen dos grupos invisibilizados, los migrantes, y la comunidad LGBT, tenemos a un grupo doblemente excluído, que ni siquiera pasa por el radar.

No es difícil imaginar que en sociedades como la nuestra, “salir del clóset” equivale generalmente a un exilio social. El machismo que impregna el ambiente obliga a que los niños actúen como hombres, y se dejen de “huecadas”. A las niñas, por su parte, se espera que cumplan su rol social de madres y esposas. Dentro de aquellos que han tomado la decisión de aceptarse y abrirse ante sus familias y amigos, unos han logrado encontrar espacios reñidos, pero otros, se han marchado hacia nuevos horizontes, lejos del escrutinio y la condena.

La persecución que viven muchas personas LGBT es real, y las obliga a salirse del hogar y las comunidades que las vio nacer, para embarcar sus proyectos en sociedades inclusivas, con oportunidades de crecimiento. Si a esta exclusión le añadimos la homofobia dentro de las comunidades en el interior del país, y un marcado crecimiento a afiliaciones religiosas fundamentalistas, se hace prácticamente imposible llevar una vida con dignidad. Esto pude comprobarlo años atrás cuando visité la Casa del Migrante de los Misioneros Escalabrianos, al ver cómo una docena de jóvenes extranjeros eran perseguidos en sus respectivos países, debido a su orientación sexual.

Mientras que la homosexualidad dejó de ser ilegal en Guatemala hasta después de la revolución liberal de 1871, existen países en África y Europa oriental, en donde ser homosexual sigue siendo un delito castigado con prisión o látigo. En estos ambientes represivos, los homosexuales, trans y bisexuales son perseguidos, violados, torturados y hasta asesinados. Debido a la homofobia, en Guatemala es posible que exista un subregistro considerable de asesinatos cometidos en contra de víctimas LGBT. Mientras que la violencia de género en contra de las mujeres tiene hasta su propia fiscalía, los crímenes en contra de homosexuales y trans no generan el rechazo ni la atención debida. Un trans que ha sido violado, probablemente opte por no denunciarlo, por temor a ser revictimizado y que sus denuncias sean minimizadas, y hasta burladas por las mismas autoridades.

Dentro de las noticias que sí han salido a luz, está la de Luis Aldo García Sologaistoa, un joven que hace un año dejó este mundo, víctima de un crimen homofóbico que lo arrebató de su familia y amigos. La inclemente golpiza de su verdugo lo dejó desangrando. Días después, tras la depresión, y cuidados intensivos, Luis Aldo murió en el hospital.

Bajo la bandera de la “defensa de la familia” grupos que radicalizan el modelo tradicional expulsan a personas valiosas, e impiden visibilizar casos atroces como los de Luis Aldo. Mis amistades LGBT han sido verdaderos pioneros en abrirse camino a pesar del acoso, intolerancia y rechazo. El hecho de que algunos hayan optado por irse del país, no solo es vergonzoso para la sociedad, sino que además nos priva de su gran talento y del poder ver al mundo a través de sus ojos. Aprendamos a dejar el daltonismo social y ver la vida con los colores del arcoíris.

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