Raúl Molina

Jimmy Morales se salió con la suya y decretó estado de sitio: militarización total. Aunque sea solo en dos localidades de San Marcos, lo hace sentirse el rey, particularmente porque, gracias a la Embajada, el Congreso agachó la cabeza y la Corte de (In) Constitucionalidad no dijo ni pío. Tampoco han dicho nada con relación al desalojo violento de las comunidades de la Laguna del Tigre, en El Petén, ni acciones de militarización en Huehuetenango. Lo que Otto Pérez no pudo culminar, el fortalecimiento del ejército, lo está logrando el “frustrado militar” que hoy desgobierna. Si fuese para bien del país, lo tendríamos que tolerar, aunque seguiríamos lamentando que Guatemala no siga el ejemplo de Costa Rica, eliminando el ejército y destinando sus cuantiosos recursos a la educación, la salud y la seguridad social. Sin embargo, al ver al ejército reprimiendo a los sectores pobres de la población y defendiendo los intereses de empresarios, políticos, narcotraficantes y Washington, sencillamente el proceso de nefasta militarización nos indigna. Somos pocos los iracundos de la clase media –después de todo fueron quizás solo unos veinte mil los muertos o desaparecidos entre profesionales, profesores, maestros, estudiantes, religiosos y otros- pero para los sectores mayoritarios, particularmente los pueblos indígenas, es una ofensa mayúscula cuando el 97% de las doscientas mil víctimas mortales del Conflicto Armado Interno fueron responsabilidad del ejército, como lo afirma el Informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico y con hombría lo confirma el primer exoficial que ha tenido el coraje de denunciarlo.

El adiestramiento militar es el mismo que llevó al genocidio, pese al compromiso asumido en el Acuerdo de Paz Firme y Duradera de hacer la reingeniería del ejército, para que se corresponda con una sociedad democrática. A los soldados se les prepara para “matar”, por lo que no deben servir ni como policías ni como “migra”. Desde 1997, la formación de kaibiles debió haber sido desactivada, antes de que estos pasaran a engrosar los grupos operativos de los narcotraficantes. Después del genocidio, comprobado de múltiples maneras, debió adoptarse como principio fundamental: “las armas del ejército jamás deben apuntar al pueblo”. Por todas estas razones, Jimmy Morales debiera dejar de pensar como militar y proceder a la concentración inmediata de tropas en bases militares fronterizas y a los oficiales “contrainsurgentes” pasarlos ya a condición de retiro. No parece ser lo que él y Jafeth Cabrera piensan, ya que ahora le regalan la soberanía nacional a trecientos infantes de marina del Comando Sur de Estados Unidos, que procederán a entrenar a las fuerzas de Honduras, El Salvador y Guatemala de acuerdo a las experiencias logradas en el Oriente Medio, en donde por definición, los “terroristas” no tienen derechos y toda persona es terrorista mientras no demuestre lo contrario. Un nuevo ciclo de violencia se nos viene encima y la propaganda trata de convencer a las capas medias despolitizadas que todo esto es “por nuestro bien”. Declaro para la Historia mi más firme oposición a que corra más sangre.

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