Alfonso Mata

En mi columna, en varias oportunidades he mencionado que no nos hemos concretado en nación. Claro que vivimos dentro de grupos, barrios y pueblos; pero hasta dónde el individuo o la asociación es lo que priva en lo político y social como país, eso es muy difuso y sujeto a muchos criterios y privilegios. Basta un ejemplo, desde lo político vemos a un ECO y otros parecidos a él, que ayer grandes amigos y confidentes de los manos largas, hoy y ahora sus acusadores aunque todos violadores del orden político, social y jurídico. Los grupos antiguos, las corporaciones de hace algunos años se comportaban en pro de algo que les era común individual y socialmente, pues el mundo era menos complejo, más simple y con menos ambiciones. La sociedad moderna, determinada principalmente por la economía de la industria y su forma de activar, va más a lo individual, al consumismo diferenciado. De tal forma que la cifra de sus miembros, lo que hacen y se dedican, supera en mucho lo que fue la diversidad de vida y hacer de hace cien años y por consiguiente ahora, en un mismo grupo territorial o gremial, la relación espiritual, social o política de sus integrantes, se haya disgregada como nunca antes. Por lo tanto, formar y hacer nación, resulta más difícil por no decir, casi imposible.

Creo igualmente que una autoridad (si es que podemos llamar así al que llega al poder público) logra ser eficaz solo si trabaja dentro de un mundo organizado y honesto; pero dentro de uno tan diverso y perverso como el nuestro, esa es una tarea contracorriente, pues la persona ya viene amañada y no dispuesta a transformar nada para dar vida nueva. Por consiguiente, una pregunta fundamental nacional, es el saber en qué consiste nuestra existencia social y es importante resolverla, porque de su respuesta se desprende no solo la autocomprensión de dónde se está sino la actuación práctica en esta situación histórica, política concreta ¿Qué somos como muchedumbre en este momento? Somos explosivos para luego caer en la indiferencia, puesto que no somos capaces de formar grupo de ideas, que graviten en el mundo político con fuerza, en lo justo, equitativo y con visión de oportunidad sino a todos sí a la mayoría.

La tensión entre individuo-sociedad la hemos llevado al máximo y una y otra, individuo y sociedad, se han vuelto tan impredecibles y variables como ingobernables en su accionar del uno sobre el otro. Pareciera, y en esto se debiera indagar más, que la historia espiritual de lo que con uno hizo en su formación la familia, la iglesia, la escuela, los regímenes, al llegar uno a la vida adulta, choca con la historia estructural política, económica y social en que se cae y se vive, provocando el rompimiento de lo individual que uno venía siendo, para darle cabida al aflorar de una nueva personalidad, lo que nos permite inferir que, no pesa más la disposición de lo heredado, sino el acontecimiento del hoy, dejando en impotencia lo individual formado, frente a la objetividad de la satisfacción materialista del momento, haciéndonos romper con ideas, creencias y convicciones de familia y de grupo, dejándonos solo la posibilidad de la resignación, de envolvernos en algo que no hicimos: El mundo de afuera.

La relación entre el individuo, la muchedumbre, el orden que guardan entre sí y que parece sencilla, es actualmente en nuestro país, no solo difícil sino muy diferenciada y de actualidad preocupante. La reflexión sobre el tema, no debe posponerse ni desde lo biológico y psicosocial, ni desde lo económico, ni de la organización política y sus accesos. Y en cuanto menos parciales seamos en la reflexión, más y mejor podremos acercarnos al fenómeno de nuestra naturaleza social y al sentido de nuestras instituciones y de nosotros como individuos; todos ellos, los verdaderos bastiones que cimientan una nacionalidad. Solo con un ejercicio sobre el tema de lo que nos corresponde como individuos y como sociedad dentro del concepto de nacionalidad, podremos determinar el ordenamiento que necesitamos y tener toda una visión en conjunto para armar la nacionalidad guatemalteca y obtener la visión de los límites de lo político, que urge delimitar e implementar.

Artículo anteriorJusticia indígena versus racismo e intolerancia
Artículo siguiente“Treinta y dos años” (II)