Estuardo Gamalero

“Donde hay poca justicia, es un peligro tener la razón”
Francisco de Quevedo

Si los ciudadanos incumpliéramos la ley de la misma forma que lo hace el Estado, o todos estaríamos presos, o todos viviríamos en una sociedad condenada a la anarquía. Peor aún, es cuando el Estado y el funcionario público se desenvuelven en el incumplimiento o el mal ejemplo, pero exigen que la población se enmarque en el imperio de la Ley.

El problema escala cuando vemos grupos de presión social (minorías organizadas) o grupos de presión política, que responden a sus intereses, por encima de valores y principios. Estos, en evidente desafío de la ley, corrompen, amenazan, bloquean, invaden, expropian y violan cualquier garantía constitucional, so pretexto de hacerse escuchar o lograr un cambio.

Tarde o temprano, esa actitud déspota de: “Yo tengo el poder y, por consiguiente, hago y justifico lo que se me plazca”, envenena todos los ámbitos de la sociedad y solo puede sostenerse en un Estado sordomudo y ciego cuando le conviene.

Ciertamente Guatemala es un caso complejo. Décadas de abandono social se mezclan con falta de medicina, carencia de educación, malas carreteras, ausencia de justicia, robo de impuestos, contaminación del medio ambiente, abuso de autoridad, sindicatos saqueando las arcas del Estado, al igual que los mercantilistas de cuello blanco que viven de concesiones y negocios turbios que se asignan ilegalmente, plazas fantasma, invasión a la propiedad privada, violaciones al debido proceso y la presunción de inocencia, inquisiciones que buscan infringir miedo. Por supuesto, no escapa la manipulación de la opinión pública, mediante el control de las noticias.

La frase “el Estado soy yo” se le atribuye al Rey Luis XIV (Monarca de Francia 1638-1715). Su soberbia y abusos refrendan el porqué la historia política lo considera uno de los símbolos de autocracia más radicales. Un hombre que en aquella época creía tener un poder divino para hacer lo que le viniera en gana. Controlaba las cortes e influía con el poder del miedo, tanto sobre el Parlamento como sobre el pueblo.

La reflexión me parece importante, pues de todos los pilares que fundan a “La República”, la separación e independencia de poderes es probablemente la que sustenta la validez y ejecución de los demás.

El origen de la frase es incierto. Sin embargo, hay prestigiosos historiadores que colocan la misma, en el momento que el Monarca (luego de una cacería y con la fusta en la mano) acudió al Parlamento con la intención de vencer la resistencia a la aprobación de varios edictos, en su mayoría relacionados con el incremento de tributos y la asignación de tierras.

La frase “El Estado soy yo” implica que el gobernante encarna los atributos y poderes del Estado y que su voluntad está investida de la potestad coercitiva de la ley, más no sujeta a la misma.

Podríamos reflexionar, sobre varios ejemplos (nacionales e internacionales) de los cuales hemos sido testigos y que ponen de manifiesto, no solo la cooptación de las instituciones, sino también el aprovechamiento de los recursos y la manipulación de la ley. Lo irónico de este párrafo, es que la contaminación ideológica que premia en Guatemala incide directamente en la percepción de “lo bueno y lo malo”, “lo justificable e injustificable” y esto eventualmente provoca las excusas y/o explicaciones de líderes buenos o malos, para actuar por encima de la ley y con la finalidad de conseguir sus objetivos.

El tiránico Luis XIV representó la imagen del absolutismo europeo. Un gobernante que actuó por encima de la ley y controló a su antojo las funciones: judicial, legislativa y ejecutiva. Tanto las instituciones de Estado, como la ley y el cumplimiento de la misma estuvieron a su merced.

El Estado es en buena medida, un espejo de su población. Debemos esforzarnos porque la sociedad repela a los «Luis XIV» y el Estado atraiga a las personas capaces, idóneas y honradas.

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