Dra. Ana Cristina Morales

En una ocasión tuvo la oportunidad de viajar a Mazatenango, cerca del lugar existe un pueblo con la distinción de tener “los mejores” brujos de su país. Ella, al oír eso, le pidió a una amiga oriunda del lugar y también médica, quien vivía en las cercanías de la zona, que la acompañara en una visita de investigación. Quería conocer el porqué de esa fama y qué era lo que el brujo prodigaba a sus consultantes.

Lo primero que vio, fue un lugar hechizo, con paredes de lepa, techo de palma, suelo de tierra, eso sí, había un garaje, de la misma manera, que albergaba un carro agrícola, último modelo, cubierto por la sombra. No había sala de espera, todos parados, los hombres que hacían cola se agrupaban al lado derecho y las mujeres de forma contraria, pero, ninguno de ellos se mezclaba con los otros. De manera repentina, se abre la puerta de la covacha donde daba atención el brujo y sale despavorida una joven mujer, llorando con sollozo, todos le abren paso, nadie la consuela, al parecer, el brujo no le dio buenas noticias y todos, así lo comprendieron. Alguien dijo: Venir aquí, es estar dispuesto a escuchar la verdad, y a veces, esto no es lo que uno quiere, se necesita valor.

La cola prosiguió su orden, un orden que el brujo tenía para saber cómo ir atendiendo a sus clientes. Y en ese mismo orden, las amigas son llamadas para su consulta, ellas preguntaron si podían pasar juntas, a lo que el brujo no objetó. Dentro, de su consultorio observaron cada detalle, un altar construido con santos de cabeza, veladoras, flores, santos colocados en las paredes, un escritorio con pequeños papeles y un teléfono de los que ya no suelen verse, y la actitud del brujo, escéptica ante la pareja de visitantes.

¿Qué quieren? Preguntó él, pues venimos aquí para que nos ayude, respondieron, a lo que él les contestó: Bueno, tienen derecho a tres preguntas cada una y el costo de cada pregunta es un quetzal, luego, si creo necesario les daré una receta, la cual pueden comprar dentro del consultorio o avocarse al Mercado Central, y entonces comenzaron las preguntas. Solo una de ellas, se atrevió a emprenderlas. Él dijo: entonces ¿Qué quiere saber? Quiero saber acerca del amor en mi vida, acerca de la salud y el dinero (realmente, tuvo poco ingenio para preguntar), pero, el brujo, se comportó como todo un experto y pese a que intuyó, que sus visitantes no eran como los demás, prosiguió la consulta con seriedad.

En eso, hubo una interrupción, se disculpó con ellas, porque tenía una llamada internacional, desde México, una consulta telefónica y ellas prestaron con atención el actuar del brujo. Él de manera muy seria y respetuosa, se dirigía a quién le había llamado. Le decía, que tuviese paciencia, que su problema se encontraba listo para resolverse, pero, que era necesario que confiara, le pedía que rezara todos los días un padre nuestro y que le llevase flores blancas a la virgen de Guadalupe, y que en una semana, quería nuevamente tener comunicación con su persona.

El brujo, al terminar su conversación telefónica, brindó las recetas ofrecidas a las investigadoras. Y estas eran: un baño de rosas rosadas por una semana, agua de la fortuna por tres días, y que tuviesen una dieta de solo vegetales por lo menos durante tres días.

Al salir de su consultorio, los que hacían cola, estaban al pendiente de lo que el brujo les había dicho y no se abstuvieron de preguntar, y entonces, se les contestó con la descripción de la prescripción del brujo, por lo cual, suspiraron, y dijeron: ¡A la que bueno!

En este momento las amigas se dieron cuenta, al oír otros comentarios, que la consulta para el brujo era tan florida, porque muchas mujeres querían saber de sus maridos, los cuales, estaban trabajando en Estados Unidos. Y el brujo era su único enlace, para conocer, cómo realmente se encontraban sus relaciones maritales. Y los hombres, que aún continuaban en la comunidad tenían tanto agobio económico, que él brujo, les ayudaba a resolver.

El brujo se convirtió en alguien elemental para proseguir la vida dentro de la comunidad. Daba alivio y esperanza a la congoja del pueblo, eso sí, dado que las mujeres recibían remesas en dólares, él también comenzó a cobrar de la misma manera, lo cual le proveyó de una mejor fortuna económica y de la oportunidad de comprarse su carro agrícola, tan necesario, en ese lugar, que en aquel entonces se encontraba falto de carreteras.

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