Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Durante la semana participamos en un encuentro con la comunidad migrante, radicada en el área metropolitana de Washington D. C., y regresa uno reconfortado de escuchar tantas historias de guatemaltecos que no sucumbieron ante la adversidad y se han convertido no solo en el gran sustento económico de sus familias y del país sino en una tremenda fuente de inspiración de que cuando se quiere se puede, si se dan las oportunidades.

Pero me llamó la atención que hubo una constante en las diversas pláticas, y es que nos cuesta mucho forjar una nueva Guatemala porque la mayoría de las minorías dominantes se resisten a entender que las cosas deben cambiar para que con eso también se amplíe el espectro de oportunidades.

Yo siempre he dicho que el esfuerzo honrado que se hace desde el sector privado es loable y sin duda genera las pocas oportunidades que hay en el mercado, pero también he dicho que en un país como el nuestro no termina siendo suficiente porque han sido tantos los que se han quedado atrás, que necesitamos más.

Y con eso me refiero que necesitamos más inversión extranjera y más inversión estatal que siente las bases de una reactivación económica integral reconstruyendo y construyendo nuestras escuelas, nuestros caminos, centros de salud, hospitales, etc., pero el sentimiento es claro de que eso no será posible mientras el negocio y amasar fortuna siga siendo la regla no escrita de nuestro sistema.

Mientras en el país nos encontremos buscándole «opciones» a quienes han obtenido derechos a través de maneras ilícitas (mordidas o tráfico de influencias), estamos condenados a seguir en la misma ruta porque no podremos encontrar el camino, y por eso es que me da risa cuando la gente habla de certeza legal porque nos hemos encargado de pasarnos esa certeza jurídica por el arco del triunfo.

Tan ilícito es pagar una mordida para obtener una licencia o autorización estatal como tolerar la invasión de una propiedad ajena, por ejemplo; lo que necesitamos es trabajar sobre las formas en las que nadie necesite llegar a esos ilícitos con tal de obtener autorizaciones, licencias o peor aún, una tierra para vivir o cosechar.

Por andar tapando la realidad con semántica, por estar con la cantaleta tipo GuatAmala de que si hablamos bien del país todo mágicamente va a cambiar sin que hagamos lo suficiente por sacudir las bases de un sistema podrido, es que no logramos entrarle a la realidad. Pero no es un tema de falta de entendimiento del problema, al contrario, se entienden tan bien los vicios y la forma en la que opera el sistema, que por eso mismo es que no se desea cambiar en lo absoluto.

Dice el Ministro de Finanzas que «ensordece el grito permanente de fin del mundo, nada sirve. Mas objetividad y algo de fe justificada», y la pregunta es ¿alrededor de qué construimos esa fe? ¿De negocios como los de TCQ que, a pesar de la mordida, él mismo defiende? ¿De pensar que solo bastó con la subasta inversa para cambiar el sistema de compras? ¿Colocamos toda nuestra esperanza en una actividad de presupuesto abierto en el que la gente llega a hablar pajas pidiendo pisto sin hablar de cómo gastarán un dinero que tiene nula fiscalización en la ejecución?

Sería bueno que los que opinan que el país va en un rumbo inmejorable, entren en contacto con la realidad y se pregunten qué dirían si fueran ellos los que no comen todo el tiempo, los que dependen de los hospitales públicos, de que sus hijos se eduquen en escuelas maltrechas o que consideren que su futuro está en migrar o ser eterno miembro del circulo generacional de la pobreza.

Hay un deseo positivo de la gente para que las cosas cambien y sobre eso hay que construir, pero si decimos que los pedidos de cambio son un grito permanente del fin del mundo, mataremos ese impulso. Quizá eso es lo que desean.

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