René Arturo Villegas Lara

De una en una, estas prosas me han servido para recordar los gremios que conocí en Chiquimulilla, cuando era un pueblo que transmitía tranquilidad y paz, para disfrutar la vida campirana y propia de los pueblos de la costa sur de Santa Rosa y Jutiapa. Los artesanos de la plomada y la cuchara sabían, como buenos alquimistas de emplastos, la proporción de materiales para una mezcla exacta que apretara piedras, ladrillos, adobes y mochetas, edificando casas para la eternidad: cuánto de arena, cuánto de cemento, cuánto de cal viva, cuánto de clara de huevo… Y las casas se iban, poco a poco, cobrando forma según la inspiración del albañil. No podía faltar el largo corredor en escuadra, el portón empedrado para que entrara la carreta de bueyes, las ventanas a la calle para cada cuarto, que después servirían a los dueños de la casa, para ponerse a ver a la gente que iba o venía por la calle. Era indispensable el “excusado”, porque los desagües no se conocían y de perdida un cuarto al fondo para guardar trebejos. Al final, el albañil tenía que hacerla también de pintor de brocha gorda y cuando llegaba el desempleo, también la hacía de fontanero para controlar las llaves de las cañerías, pues al fin al alcalde se le iluminó la memoria y trajo el agua potable desde el nacimiento de la Pila de Santa Catarina, casi a medio tanto del volcán de Tecuamburro. Estas tareas de construir casas era de todo el año, salvo el día de finados, cuando guardaban la cuchara y la plomada, pues no se alcanzaban para andar en el cementerio encalando panteones y tumbas de tierra firme. Dentro de los albañiles que recuerdo, el más socorrido y buscado era don Valiente. Yo creí que ese era un apodo, pero cuando le autoricé una escritura comprobé que así se llamaba: Valiente. Otro albañil de abolengo, fue un señor rubicundo que le apodaban “rabanito”. Este buen hombre llegó de Ciudad Vieja, cuando lo contrató don Pancho Carrillo, allá por 1910, para que le construyera su casa en el centro del pueblo, pues “rabanito” era experto en edificar casas al estilo de la antigua ciudad colonial: largo corredor, jardín suficiente, muchas ventanas para la calle y con balcones de lanza, un simétrico jardín, sin faltar la cocina con su poyo, una pila de seis lavaderos, un pequeño horno de bajareque para las quesadillas y el pan de maíz. Años después, esta casa la compró el chino Carlos León, el Amigo Viejo, y entonces clausuraron el portón y los corredores, cerrándolos por completo, para convertirlos en bodegas de mercaderías, como es la costumbre asiática. También perteneció a ese gremio don Abrahán, con su pelo al estilo de los últimos años de Einstein y que también llegó de la Antigua Guatemala. Don Lacho y Manuel, también buenos albañiles. Con ellos trabajó de ayudante, Rufino Gallina, quien hacía mezcla y pegaba ladrillos, aunque después se especializó en pintar y encalar panteones. Ahora, algunos jóvenes tuvieron la oportunidad de graduarse de arquitectos y las nuevas casas son construidas con otros estilos modernos, aunque sin el encanto de las antiguas construcciones que esos albañiles de antaño construyeron para una vida llena de naturaleza y de espaciosa tranquilidad.

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