Isabel Pinillos – Puente Norte
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Fue una noche cálida y lluviosa en la ciudad de la Antigua. Tratar de caminar entre las calles empedradas con tacones, era un verdadero suplicio chino que las mujeres sabrán comprender. Mi esposo y yo fuimos invitados a una cena académica en la acojedora “Fonda de la Calle Real”. Mientras esperaba en el vestíbulo a que él parqueara el carro, escuché un “buenas noches” de alguien que me era sumamente familiar.
Era el Juez Miguel Ángel Gálvez, uno de los protagonistas principales del tsunami político más comentado de la última década. Se dirigía hacia el salón en donde él sería un invitado de honor. Cuál sería nuestra fortuna de ser asignados a compartir su mesa. Después de un pequeño intercambio sobre una lluvia prematura y los zompopos de mayo, la charla se volvió más envolvente. Cuando alguien hablaba, se pudo observar su desarrollada habilidad de escuchar con todos sus sentidos. El juez se recargaba con la energía de la juventud presente, y confesó que lo movía dejar un mejor país a las siguientes generaciones. Con gran sencillez explicaba su proceder. Pude apreciar que el poder que le confiere su investidura lo ejerce con gran responsabilidad y lo aplica consciente de que afectará el destino de otras personas. En cuanto a sus fallos kilométricos, insistió en que la fundamentación del caso es indispensable, pero además, porque los sindicados merecen saber exactamente sobre qué bases están siendo juzgados.
Por su sala han desfilado desde narcotraficantes y militares del más alto nivel, hasta quienes hace dos años fungieran como Presidente y Vicepresidenta. Al tratar a sus sindicados, reconoce su humanidad y su contexto particular. Sus resoluciones han sido verdaderas cátedras de derecho penal, las cuales evidencian su completo dominio de cada caso. Como araña tejedora, va hilvanando con sus dedos, entretejiendo a cada uno de los actores, con las pruebas presentadas y surciéndole el fundamento legal, hasta completar el sofisticado tejido.
En un país en donde la corrupción llegó a enquistarse en los tres organismos de Estado, y en donde el Judicial fue macerado por poderosos jueces y magistrados vendidos por un precio, funcionarios como el juez Miguel Ángel Gálvez demuestran que sí es posible hacer justicia sin corromperse, mientras limpia el camino para una renovada clase política.
Pero la labor del juez Gálvez, llena de sacrificios personales, es solo parte del engranaje de un enorme esfuerzo de los equipos de investigación, tanto de la CICIG como del MP, para derrotar estructuras criminales dentro del Estado. Esta lucha contra la corrupción, recientemente se ha extendido más allá del mismo, lo cual explica las campañas de desprestigio que amenazan con bloquear el esfuerzo que comenzó en 2015, con el aliento de la plaza y de muchos de los mismos que hoy han cambiado de actitud. La corrupción es uno de los crímenes más deplorables, pues se realiza a través del enriquecimiento descarado de unos cuantos, para privar de salud, educación y posibilidades de vida a los guatemaltecos.
Aunque a muchos se les haya olvidado la promesa de la plaza, la lucha contra la corrupción sigue su silente curso. En la velada compartida, además de al juzgador, conocí a un hombre sencillo, que no solo ha asumido su papel con valentía, sino que está impregnando su huella para las futuras generaciones del país.