Eduardo Blandón

Es muy probable que los delincuentes de cuello blanco que han saqueado el erario público no se reconozcan a sí mismos como lo malandrines que son.  En un autoengaño, típico de conciencias acostumbradas al disimulo, se sienten superiores a los ladrones callejeros o a los más sofisticados, como pueden ser un narcotraficante o un falsificador refinado de dinero.

En el fondo, sin embargo, unos y otros son casi lo mismo.  Ambos participan de avidez desmedida, escrúpulos sin límites y cálculo milimétrico para obtener inmoralmente los bienes codiciados.  Aunque siendo justos, son más certeros esos sujetos elegantes, formados en colegios privados (muchos de ellos en centros religiosos) y universidades de copete y cierto pedigrí.

Es innegable que los señores de apariencia impoluta, en general, son más cultivados.  Algunos poseen títulos de universidades extranjeras y mastican más o menos alguna lengua extranjera.  Conocen las buenas maneras y practican algunos ritos ridículos cuando se trata de exponerse públicamente.  Siempre sonrientes, son el resultado de libros fáciles, leídos en años de juventud y el cultivo paciente de padres también con limitaciones propias de sus orígenes rudimentarios.

Pero no los subestimemos, son listos (que no inteligentes).  Poseen la suficiente habilidad numérica para calcular ganancias y escabullir al Estado para no restar lo mal habido.  Su picardía y mañas que son excelsas, contrastan con la calidad humana y conducta moral que los hace lucir trogloditas.  Son monstruos disfrazados con saco y corbata.  Fáciles de herir.

Como en su imaginario son tímidos espíritus acreedores del cielo, castas palomas y  cándidos, les es imposible imaginar las dimensiones de su maldad.  No son racistas, asesinos ni delincuentes.  Son solo buenos ciudadanos, guatemaltecos impecables y cristianos de cepa.  Otras son las almas perversas, los poseídos por el demonio, las turbas acomplejadas, los envidiosos que no dan tregua en su afán por ver destruido el país que, según ellos, les ha costado construir.

¿Qué diferencia a esos banqueros hijos del averno que lavan dinero y patrocinan partidos políticos fuera de la ley con los capos del narcotráfico?  ¿En qué se distingue un político mendaz y estafador de un dirigente de clica en un grupo de maras?  En el fondo y en la superficie, en lo alto y en lo bajo, son casi la misma cosa.  Aunque con el poder que tienen los señores del mal gusto, son más letales.

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