Hace 24 años Guatemala amanecía con la incertidumbre de las decisiones desquiciadas de quien entre una enredadera de corrupción, violencia e impunidad, no encontraba más formas de mantener el poder que dar un “autogolpe” de Estado.

El entonces presidente, Jorge Serrano Elías, llegó de carambola a ser electo y no contaba con una bancada en el Congreso que le diera el respaldo necesario para contrarrestar a organizaciones de mayor experiencia en las mañas políticas guatemaltecas, y ante el verdadero desorden en que estaba el país, terminó aliándose a poderes que han sido tradicionalmente operadores de las estructuras paralelas que controlan Guatemala.

En aquel momento, los sobornos a los diputados se habían vuelto una costumbre y terminaron siendo la trampa para el mismo Serrano que llegó a nutrir esa vocación de mercaderes en los legisladores. Era la época en que todavía se podía señalar a algunos diputados como depurables y no, como ahora, cuando todo el organismo es desechable.

Durante aquella administración hubo conflicto en las Cortes, pero durante la crisis fue fundamental el rol que jugó la Corte de Constitucionalidad que, gracias a Dios, no estaba en manos de otros que fueron llegando después (titulares y suplentes) para utilizarla como su reducto de milagros. Si así hubiera sido, le venden el alma al imitador de Fujimori. Pero tiene que quedar claro que ya en esa época el control de la administración de justicia era una prioridad de los poderes paralelos.

Otro de los grupos con que se había aliado Serrano fue el de algunos militares que habían aprendido a ganarse el control del entonces Presidente por medio de generarle crisis que ellos mismos resolvían, atiborrarlo de regalos e inflarle su ya inmenso ego. Controlando la ambición y los temores de un mandatario, se obtiene la manipulación del poder.

Pero lastimosamente Guatemala, que pareció haber tocado fondo con aquella vergüenza nacional, resulta que sigue como el cangrejo. Las lecciones recibidas en aquella época no fueron aprendidas para fortalecer la institucionalidad, sino que, por el contrario, sirvieron a los operadores de los poderes paralelos para perfeccionar sus métodos de sometimiento.

Hoy el Congreso es totalmente depurable; los partidos políticos consolidados como empresas de mercadeo sin propuesta ni ideología; los presidentes compran las elecciones o llegan de chiripazo; los psicólogos del poder siguen dominando con adulación a quienes lo ejercen y la sociedad bien calladita aguantando todo.

Hace 24 años tuvimos la oportunidad de decir “basta ya” y promover los cambios profundos que el sistema requiere y dejamos pasar ese momento, camino que parece estamos siguiendo ahora.

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