Juan José Narciso Chúa
El día empezó mal y despuntó peor cuando mis hijos me avisaron del fallecimiento de Salva. La noticia no pudo ser más devastadora, sentí un vacío enorme en el estómago, mi mente intentó desviarse hacia otros asuntos, pero no lo consiguió, el sentimiento se apoderó de mí y lo dejé fluir, creo que lo merecía –tanto Salva como yo mismo–, justamente ayer, me dije, quise ir a verlo, sin conseguirlo finalmente. Me dolió, me duele, sabía que estaba grave, sabía que sería la despedida, pero se fue sin que pudiéramos decirnos adiós.
Salva es uno de los tantos tíos y tías políticas que nos ha dicho adiós. Higinia, la esposa de tío Roberto; Chepe, el esposo de tía Marta; Rolando, el esposo de tía Nora; Salvador, el esposo de tía Bertha, Chente, mi papá y hoy Salva esposo de tía Luz. La única tía política viva hoy es Irma, viuda de mi tío Adolfo. De los hermanos y hermanas Chúa Carrera, únicamente sobreviven mis tías Nora y Bertha y mi mamá.
José Salvador Marcía López era su nombre, pero le llamábamos cariñosamente Salva, no puedo olvidar su figura menuda, su sonrisa amplia y su afectuoso saludo de siempre. Luego de su viaje a Los Ángeles, ya lo vi menos, pero tuve la oportunidad de convivir con él, Rolando y las tías, en dos oportunidades en esa ciudad inmensa. Salva siempre fue solícito, siempre fue servicial, siempre fue sonriente a todos. Recordábamos con los primos su presencia permanente y activa en nuestra infancia y que nunca recibimos regaños por parte de él.
Hoy hice un viaje mental por espacios comunes con él, mis hermanos y mis primos –Alfredo, Carlos y Maritza– e invité a Salva para que nos acompañara. Salimos de la casa “del sitio”, 10ª. avenida 1-40 de la zona 2, doblamos a la derecha y pasamos comprando unos tamarindos en la tienda de Don Chus y Doña Laura, luego nos atravesamos la avenida y en la esquina compró un par de pelotas de plástico en El Rosario, para que jugáramos Luis, mi hermano, mis primos y yo, en el corredor entre el hall y la cocina. Caminamos hacia la abarrotería Karen, subimos al Cerrito del Carmen y nos quedamos en la feria de julio, jugamos un par de loterías, hicimos tiro al blanco y nos subimos a las conchas y la rueda de Chicago y al final tomamos una lechita de Pancho Pantera. Luego nos pide que lo acompañemos a la Iglesia de Candelaria y entramos a rezar un rato.
Subimos a la Ermita del Cerro, allá donde vimos cuando la Paquetería se quemaba, bajamos a jugar a los columpios que estaban ahí abajo, subimos la 1ª. calle teniendo como testigos a los árboles eternos de esa calle, pasamos enfrente de la carpintería de “Mantequilla”, llegamos al seminario, enfrente estaba la tienda en donde comprábamos barriletes, en la esquina de enfrente estaban las “caras” de los bomberos, entramos a la Marquesa, nos compró Salva unos chocolates, dulces y chicles, nos los fuimos a comer al Parque Isabel La Católica.
Nos fuimos por la 9ª. avenida hacia el sur, pasamos por la Farmacia Velásquez, me compró un carrito, era un taxi amarillo (inolvidable), arribamos a la Cruz Roja; pasamos enfrente del Círculo 13 y se recordó de mi papá, luego la panadería La Navarra, donde compramos pan, luego pasamos a los Cubanitos y llevamos crema y queso para la casa, dejamos El Tirador a nuestro lado y nos metimos al Mercado Central, nos fuimos directo al Platillo Volador, tomamos atolillo, atol de elote y haba y arroz en leche, compramos verdura y fruta, pues me dice Salva que la carne la vamos a comprar allá en la Guadalupana, en el Mercado de la Parroquia.
Bajamos a la décima y hacia el norte, pasamos por el Bar Roma cerca donde Tornillo y su talabartería, dejamos la Cueva de Pie de Lana, llegamos al Astronauta, pasamos por el Pinkys (ja), fuimos a saludar a RAC, seguimos para la Casa Coronado, nos llevó a la Argentina a comprar roscas, nos pasó por la Barbería Gómez a cortarnos el pelo, fuimos hasta el Mercado de la Parroquia, ahí compramos la carne donde la prima de las tías, nos tomamos unos jugos y salimos de nuevo pasando por León Dorado, Salva recuerda a Adolfo y mi Papá.
Caminamos hacia la Iglesia de Candelaria, platicamos alegremente por la Juan Chapín, me compra unos tacos ahí en el Callejón del Judío y regresamos a la casa, ahí entramos directo al “sitio” y nos ponemos a jugar “comix”, con Alfredo, Carlos, Luis y yo, es la oportunidad de Salva, toma su cinco, apunta y mi “tirita” se quiebra en pedazos, en el mismo momento que retorno al hoy y también rompo a llorar por su adiós. Descanse en paz Salva, hasta siempre Salva.