El receso de los diputados al Congreso de la República nos coloca en un punto para evaluar qué es peor para los guatemaltecos: si tenerlos trabajando o cuando gozan del receso legislativo que está empezando en estos días.
La verdad es que aquel Foro Político por excelencia que hace muchas décadas era el pleno del Organismo Legislativo, ha dejado de serlo para convertirse en la imagen del descaro, la transa y el refugio de los albañiles del muro de impunidad que agobia a los guatemaltecos.
Algunos recordarán a los talentosos oradores que hace ya tanto tiempo ilustraban a la población y generaban el debate con sus opositores con base en los planteamientos ideológicos y a la defensa de intereses que con argumentos podían plantear. Por supuesto, Guatemala ya era polarizada y eso generaba el juego de apoyos para uno u otro lado.
Ahora lo que se tiene es una cabalgata de corrupción. Se trata de ver qué diputados se ganan un poquito más de poder para vender, chantajear o pactar tanto en plata como en beneficios que incluyen la protección con la chamarra de la impunidad.
Las comisiones de trabajo se convirtieron en minireductos para poder hacer la trampa y garantizar la protección de los intereses de quienes son los verdaderos dueños de la finca que conocemos como país.
A simple vista resulta obvio que estamos mejor al entrar a un período de receso y olvidarnos de ellos por unos días en vez de, como nos toca sufrirlo generalmente, soportar el daño de su “trabajo”.
Desdichados, eso sí, los pobladores de los distritos que sufrirán la presencia de sus diputados, pero solo porque se la pasarán revisando cómo van esos proyectos que por medio del Listado Geográfico de Obras se han autorrecetado para hacerse millonarios.
Evidentemente así como hay que recomponer el sistema de justicia, estamos obligados a hacerlo con el poder legislativo que ha caído en una condición en la que, lejos de representar al pueblo, terminó siendo la representación de los más tenebrosos poderes ocultos, esos que han secuestrado nuestra democracia.
Se habla de depuración, pero la verdad es que si la misma sería como la de tiempos de Ramiro de León Carpio aliviados estamos. Aquí hace falta un nuevo modelo para elegir a nuestros representantes y sin eso ningún cambio vale la pena.
E igual que ocurre con la justicia, lo peor es seguir como estamos. No se puede esperar que el modelo actual de cooptación sirva para impulsar programas que tengan como punto de partida el interés general y no la corrupción.