René Leiva

Se ignora si es importante aunque no parece tener demasiada importancia el que don José lleve un cuaderno de apuntes sobre su aventura, pero para él sí importa el apremio de escribir tanto como saciar el hambre, incluso en su estado de enfermo socorrido por el enigmático e inquietante conservador. Tampoco se sabe si dichas anotaciones tienen o tuvieron motivaciones e influencias directas en el relato que, por cierto, él vive, don José.

¿Por qué un solitario como don José, a quien nadie espera en casa, sin lo que pudiera llamarse amigos, con una vida de escasez y casi ascetismo escribiría, escribe más bien, acerca de su absurda búsqueda, estéril, de una mujer desconocida de innominado nombre entre todos los nombres? ¿Qué caso tiene dejar constancia escrita, prueba de la veracidad de los hechos por el propio protagonista, para quién, con qué propósito claramente de efecto ¿efecto? ulterior, acaso como materia prima para un relato que nunca leería? Empero, ¿no escriben los náufragos, los presidiarios, los enfermos terminales, los fracasados y derrotados, y no precisamente sobre su propia existencia, tal vez porque dejó de pertenecerles?

¡Bah!, ¿por qué negarle o cuestionar o hacer suposiciones imprudentes ante la soberana gana de don José de asentar sus disparatadas andanzas? ¿Supondría don José, más bien su inconsciente, que su historia aparecería algún día con otros nombres, el del autor y el del personaje, aunque su intención fuese, estuviese cercana a lo imposible?

En su oficio de escribiente, ¿por qué no redactar alguna vez sobre sí mismo y en circunstancias excéntricas y desrutinarias, como observador de una extraña aventura viva, emergente y furtiva, que es él mismo? ¿No es la escritura una forma germinativa de espejo?

Este don José, la necesidad casi física, corporal, entrañable de poseer un secreto también concreto, condensado en las fichas escolares de la desconocida y el cuaderno de apuntes, a manera de un algo de tanta profundidad que sólo él, apenas, puede atisbar y asignarle, con mínimo gozo, un sentido con muchas cerraduras y una sola llave.

Con casi veintiséis años en la Conservaduría General no está claro ¿o sí? qué tanto las vetustas costumbres de ésta han infiltrado el modo de ser de don José, con 50 años de edad, el riguroso y rutinario ritual laboral, la curiosa solemnidad jerárquica, el en apariencia quebradizo estiramiento en las relaciones interpersonales… Las formalidades de deformante uniformidad… El mimetismo, eso de adoptar y reproducir, de ida y vuelta, el ambiente envolvente, para sobrevivir, para no ser o parecer ajeno, para conservar la vida y soportar la existencia… Y un buen animal mimético también sabe propagar ciertos misterios sociales/institucionales sin hacer ni hacerse preguntas ni, mucho menos, intentar averiguaciones. ¡Ajá! A veces tras el velo no hay ningún enigma porque el enigma es el velo.

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(En el país de la eterna, llamado Guateanómala, personas masoquistas que ven los abominables telenoticiarios, sea por los canales mexicanos, los aztecas o el canal frívolo, aseguran que reporteros, corresponsales departamentales, “locutores” y “presentadores”, desde hace tiempo, ostentan dejo mexicano, acento azteca precisamente, no se sabe si por cretinismo y enajenación propios o por obedecer serviles órdenes malinchistas, o las dos cosas.)

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