Adolfo Mazariegos

Hace algún tiempo escribí, en este mismo espacio, acerca de un fenómeno que no dejaba de llamar mi atención. Creo que de eso hará poco más de un año. El texto, en esa ocasión, hablaba de algo a lo que entonces denominé “los westerns al estilo chapín”, y ahora, habiendo pasado ya algún tiempo, reparo en que nos hemos acostumbrado a ello como si de algo normal se tratara, algo cotidiano en el marco de lo cual nos hemos adaptado a vivir con “normalidad” y resignación, aun y cuando la realidad debiera ser muy distinta. Me refiero a la inseguridad ciudadana, uno de los muchos temas que a los guatemaltecos preocupan hoy día y que, en muchos casos, llegan incluso a quitar hasta el sueño. (Sin mencionar, por supuesto, problemáticas muy serias y actuales como las constantes crisis en el sistema de salud pública, las complicaciones en educación, la golpeada economía de los guatemaltecos, el medio ambiente, y un largo etcétera que sería largo enumerar y que ya es imposible invisibilizar). La ciudadanía aspira (y merece) esa seguridad que le dé tranquilidad, que le permita a los guatemaltecos y guatemaltecas salir a la calle sin la zozobra de saber qué les espera al abandonar las paredes de su hogar; aquella seguridad que le permita al ciudadano común caminar por cualquier calle sin el temor a ser asaltado en la próxima esquina; aquella seguridad que le permita a las mujeres regresar a sus casas sanas y salvas después de una jornada laboral o estudiantil, sin el temor a ser ultrajadas, violadas, o incluso asesinadas hasta en un autobús del transporte colectivo… En fin, reparar en esas cuestiones, me ha hecho nuevamente pensar en algo en lo que prácticamente no reparamos hoy día (dado que nos hemos acostumbrado a ello y por lo tanto lo vemos como algo “normal”): la cantidad de agentes de seguridad privada armados que vemos en la calle diariamente a cual más chapinísimo estilo de aquellos westerns que hace años se veían solamente en la televisión o en alguna película de Hollywood. Esto, sin duda, refleja entre otras muchas cosas, esos altos niveles de inseguridad que actualmente vive el país y la poca capacidad de acción y respuesta de las instituciones del Estado encargadas de brindar dicha seguridad. Resulta, asimismo, innegable la manera en que hemos empezado a convivir con naturalidad en escenarios en los que, por ejemplo, vemos un guardia portando una escopeta que apunta a cualquier lado, montado en la parte trasera de una motocicleta mientras otro conduce esquivando autos y muchas veces subiéndose a las aceras, arriates o espacios prohibidos para cumplir con esa labor que les han encomendado y que no tendría por qué ser así (y desafortunadamente, no son los únicos)… Hay, por cuestiones como esa, una preocupación y una interrogante constante en el ambiente: ¿a qué más tendremos que acostumbrarnos, si todo sigue como va hasta ahora?

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