Alfredo Saavedra

En reciente columna de este foro de opinión, una dama participante en esta muy amplia en criterios, tribuna, expone su aversión por las manifestaciones de protesta, en un legítimo derecho de opinar, pero en criterio desacertado que justifica el referente que sigue:

Las manifestaciones populares de protesta tienen un antiguo antecedente, que se remonta a la época de la ocupación de Israel por el imperio romano (siglo I de esta era), cuando ciudadanos judíos se congregaron para repudiar la disposición del emperador Tiberio, de erigir estatuas con efigies en su homenaje, lo que desembocó en una matanza ordenada por el pretor Poncio Pilatos. (Documentado por el escritor inglés Michael Baigent).

Más reciente, tres siglos atrás, las protestas en París determinaron la toma de La Bastilla (1789) y con ello la caída de la monarquía y la subsiguiente Revolución Francesa. Evolucionando el tiempo, en enero de este año un millón de mujeres se congregaron en Washington en las celebraciones del Día Internacional de la Mujer y de protesta por la recién inaugurada y cuestionada administración de Trump. Similares manifestaciones hubo en las ciudades de Nueva York y Los Ángeles, igual que en otras ciudades de esa nación y otras partes del mundo.

Lo desafortunado del comentario de la columnista, es que se produce cuando en fecha reciente se produjo un atropello automotor contra jóvenes estudiantes en una transitada vía al oeste de la capital. Eso sucedió cuando un mal intencionado automovilista arremetió contra los estudiantes en protesta por condiciones en perjuicio del curso de sus estudios. El individuo en cuestión, aceleró en forma salvaje contra los jóvenes, matando a una estudiante y lesionando a muchos más. Trágico desenlace que ahora tiene al malhechor, sindicado de asesinato, en justo cargo que si los tribunales cumplen con la ley, tendrán que sentenciar con severidad al criminal.

La columnista, en una admirable demostración de honradez se confiesa de derecha, posición vergonzante para muchos que la profesan y que explica de sobra la opinión de la dama, aunque su repudio a las manifestaciones resulta un insulto para los afectados por la incesante maniobra que segó la vida de una chica en la flor de la existencia y una promesa de la juventud guatemalteca.

Ejemplo de la autenticidad de las manifestaciones se tiene en las realizadas hace dos años en protesta por la corrupción gubernamental, con una memorable concentración multitudinaria que resultó en el derrocamiento del presidente Molina y su mancuerna, la señora Baldetti, ambos convertidos en huéspedes, uno del Hotel Matamoros y la vicepresidenta de la cárcel respectiva.

Guatemala ha sido escenario de gloriosas manifestaciones como las que dieron al traste con las dictaduras de Estrada Cabrera, en 1920 y de Ubico en 1944, en estas últimas con el martirologio de la profesora María Chinchilla convertida, con justicia, en heroica mujer guatemalteca de su tiempo.

La señorita columnista hace una declaración que vale la pena introducir en la antología del absurdo cotidiano, en un ingenuo argumento, al indicar que ofenden los orines que supuestamente dejan las manifestaciones. Entonces es recomendable que la municipalidad aplique desodorante en las calles después de las protestas y que higienicen en todo tiempo el centro comercial de la capital, donde nocturnos no manifestantes hacen necesidades mayores en perjuicio a una ciudad que en el pasado, por limpia, fue denominada La tacita de plata.

(Dedico esta columna a la memoria de Brenda – nombre de la estudiante mártir− que significa Antorcha, luz que hubiera alumbrado su camino lleno de esperanza, en una vida truncada por causa del hijo de… un pastor evangélico).

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