Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

La realidad de nuestro sistema de justicia debiera ser el centro del debate nacional a estas alturas porque es sabido que actualmente el que la hace no la paga y que abundan los que, a pesar de las investigaciones sobre corrupción, siguen gozando del dinero mal habido y del poder mal ejercido gracias a la utilización de los vericuetos y facilidades que ofrece una estructura montada por los grupos del poder oculto que actúan mafiosamente para usar a todo el aparato del Estado en su propio beneficio.

No me canso de decir que son muy hábiles los operadores de las mafias, puesto que lograron eliminar el debate sobre la necesaria reforma al sector justicia para sembrar las viejas y ancestrales divisiones ideológicas que polarizan a la sociedad guatemalteca. Hoy se discute más sobre las porras que llegan al Congreso y se recuerda que el viejo dictador, cuando fue Presidente del Legislativo, no dejó entrar nunca al pueblo a ese recinto, mientras que quien fue su mano derecha en ese tiempo, su hija Zury, ahora hace alboroto por el tema.

A la gente parece que se le olvida cómo es que el antejuicio ha servido para encubrir a los corruptos y por qué era necesario que el mismo fuera eliminado en la forma en que actualmente se contempla. A la gente se le olvida cómo fueron integradas las Cortes en nuestro país y cuál ha sido su comportamiento. Se les olvida que un juzgador honesto, como fue el caso de Claudia Escobar, es expulsado si hace pública su postura y se define como contrario a la manipulación. Es el colmo que los buenos jueces, los honestos que hay en buen número, tengan que disimular su honestidad para mantener el puesto porque los que controlan las postulaciones únicamente quieren marionetas.

Otros defienden la Constitución como si fuera una norma inmutable. La Constitución pudo haber sido aprobada con buenas intenciones, pero la forma en que luego fue manoseada en una reforma que afectó el tema del sector justicia y el papel que han jugado esas comisiones de postulación no se menciona. Abogados de renombre se llenan la boca diciendo que el problema no está en la Constitución, cuando es letra del texto constitucional la mañosa manera en que deben ser postulados los que quieren ocupar alguna magistratura.

El debate es sencillo. ¿Queremos seguir con un sistema perverso y podrido, que alienta la impunidad y promueve mayor corrupción o queremos cambiar ese sistema para establecer un auténtico estado de Derecho en el que prevalezca la aplicación de la ley? Todo lo demás que se discute son pajas.

Puede haber discrepancias en cuanto a cómo lograr el cambio que el país necesita. Pero el tema es si queremos en realidad cambiar, es decir darle caravuelta al sistema, o quedarnos como pendejos buscando paliativos que nos hagan simplemente evolucionar, es decir, adaptarnos a esa podrida realidad nuestra. Aquí lo que está en juego es el futuro del país y el mismo depende de si tenemos capacidad para entender qué significa el cambio y cómo lograrlo.

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