Juan José Narciso Chúa

Ciertamente el comercio convirtió este día en una actividad mercantil, pero el ambiente del mismo es propicio para acercarse a ese sentimiento tan profundo y tan desinteresado como el que una madre profesa, ajenamente al contexto envolvente de tipo comercial. Uso el saludo sin tilde que los guatemaltecos tenemos para nuestra mamá, para así sentirla más cercana, más mía.

Cuando uno se toma el tiempo para introducirse en ese sentimiento tan puro que lo enlaza con la madre, no cabe duda que se enfrenta a uno de los ligámenes más sinceros que se encuentra en toda la vida, puesto que la mamá es aquella que, ajenamente, a lo que ocurra con uno, no tiene ningún miramiento, ni remilgo con aquél que es fruto de su simiente, aquél a quien tuvo durante nueve meses en su vientre, aquél a quien le prodigó todo su cariño, todo su amor, cuando aún bebé lo limpiaba, bañaba y vestía, en medio de un montón de mimos y caricias, que resaltaban la felicidad de haber generado una nueva vida, que iba a estar indisolublemente pegado a ella, aunque los ajetreos de la cotidianidad, lo alejarían temporalmente, pero sabía que volvería uno a su calor y cercanía en cualquier momento.

Los recuerdos de mi infancia con mi mamá se agolpan en mi mente, como si de repente, todo se conjugara para enlazarnos de nuevo, en la mezcla de la nostalgia y la alegría del recuerdo de nuestros años en común, cuando ambos éramos uno, cuando actuábamos como cómplices, cuando los dos sabíamos todo de cada uno, teníamos espacios comunes que visitábamos, como la tienda de Doña Carlota en Ciudad Nueva, en donde se compraban distintos bienes de uso diario, o la visita a la iglesia de Fátima.

Igualmente fue mi mamá quien me llevó, por primera vez, a conocer el Cerrito del Carmen, un lugar que me parecía inmenso desde mis ojos de pequeño, así como la acompañaba al Mercado de la Parroquia, a visitar a su prima, quien manejaba la Carnicería Guadalupana, ahí mi mamá me compraba los jugos famosos e insistía en darme jugo de zanahoria o de piña o mezclados, ese ambiente del mercado con sus propios aromas sigue siendo el mismo.

No olvido los viajes en camioneta o a pie para ir al Centro Histórico, en donde nos llevaba con mis hermanos a Mayolín, al almacén La Gloria y cuando llegábamos ahí, el aroma de la otrora Tostaduría León, nos llenaba con ese aroma que luego se convertiría en uno de los puntos de convergencia con mi mamá y fue ella quien me enseñó ese gusto por esta morena e imprescindible bebida.

Mi mamá me llegaba a traer a la Escuela Josefina Orellana, allá en Ciudad Nueva, pero también me permitía salir con los amigos de esos barrios a jugar, únicamente cuidando con cierta regularidad que no me alejara de la casa. La cercanía con mi mamá fue permanente en aquellos años de infancia, cuando ella nos proveía todo su amor transformado en comida. Inolvidables son sus chiles rellenos, su torta de espinaca y acelga, así como esos desayunos de café, hojaldras y champurradas allá en San Rafael.

Jamás dejó de estar preocupada por nosotros. Siempre preguntaba qué hacíamos, cómo nos iba, qué nos preocupaba con la legítima actitud de mamá, siempre discreta en sus comentarios, siempre comedida en su atención. Nunca hubo peros para apoyar, nunca hubo excusas para no llegar, siempre estuvo ahí, pendiente de uno a pesar que los trajines de la vida lo alejan de ese círculo inicial de vida, pero siempre buscó mantenernos unidos y lo consiguió.

Hoy todo ese sentimiento de amor que nos prodigó pervive en mí y en mis hermanos, a pesar de las distancias y los alejamientos. Mi hermano Luis Rodolfo ha hecho un trabajo extraordinario con cuidar a mi mamá, con mínimo apoyo mío e igual mi hermana busca mantenerse pendiente de ella con un sentimiento de amor hermoso. Toda esa búsqueda de confluencia familiar y de unidad con ella, resulta hoy una situación difícil de manejar cuando se me hace muy difícil verla en una condición que únicamente me invita a las lágrimas, pero sé que aunque se encuentre lejana, tal vez en su yo profundo, tendrá un sentimiento de amor hacia mí y me preguntará, como siempre, ¿cómo estás hijo mío?

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