Juan Antonio Fernández
juanantonio_f@yahoo.com

Otra tragedia nos enluta como sociedad, me refiero a la deplorable embestida en contra de las jóvenes estudiantes de nivel medio de la Escuela de Comercio 2, ellas fueron atropelladas y violentadas por una mente perturbada al volante tal y como lo pudimos constatar en múltiples videos propagados en las redes sociales. Circulan pseudoexplicaciones y posiciones ideológicas extremas que señalan estas juventudes rasgos característicos vinculados con la recurrencia en la pobreza, la marginalidad, la baja productividad, el delito, la transgresión hacia la ley o el ánimo hacia el disturbio. Desde esta visión preparada por “los mismos” e internalizada por ciertos sectores medios y altos, los jóvenes desheredados de la sociedad son responsables de desórdenes irracionales, violencia y vandalismo propio de su condición social. Sin embargo, la realidad es totalmente opuesta porque la sociedad lo único que les ha provisto es una lógica de violencia estructural que profundiza las desigualdades y la exclusión, las cuales al ser combinadas con la discriminación étnica se convierten en un poderoso detonante de un nuevo tipo de violencia que complementa a la física en su daño y crueldad. La violencia “desde arriba”.

La violencia “desde arriba” para Wacquant (2013) contiene dentro de sus elementos nucleares la estigmatización. Es por ello que el estigma en contra de las y los jóvenes en el discurso construido en las redes sociales principalmente en los comentarios a través de los links de los diarios que informaron sobre la tragedia les etiquetaron de “vandalismo en su máxima expresión”, “así es como se empiezan a formar delincuentes” o “jóvenes de zona roja” han sido una señal de ello. Esta recurrencia en los discursos parecen ser fabricados “desde arriba” y querer implantar al resto de la sociedad percepciones negativas en torno a la lucha social, el origen humilde de las y los jóvenes por su condición de estudiantes de un establecimiento público o por el hecho que probablemente viven en barrios populares, con lo cual se evidencia una falta de sentimiento y desprecio hacia quienes sobreviven en una suerte de “exilio” en su propia patria al ser asignados y relegados a utilizar uno de los servicios públicos de menor calidad –la educación– que no termina de superar la embestida neoliberal a tal punto que el currículo de estudio, las instalaciones educativas, la falta de compromiso institucional hacia los estudiantes, el ambiente contaminado, la ausencia de materiales educativos, inexistencia de bibliotecas como algunas de las realidades a las que se enfrenta la juventud en su lucha por una vida mejor.

Me solidarizo con estas juventudes, quienes lo único que piden es ser respetadas en su condición de ciudadanos guatemaltecos y están en todo el derecho de exigir los mayores estándares en su educación. Lamentablemente una vez más se devela que las y los jóvenes en Guatemala se encuentran en un alto riesgo, al ser estigmatizados por su condición social y estar desprovistos por completo de oportunidades para tener una educación pública de calidad en una sociedad que les sigue negando un futuro digno.

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