Juan Jacobo Muñoz Lemus

Estoy alcanzando ser un anciano. La vida y la muerte se han unido para concederme el privilegio de que pueda ser así. He cometido más errores que nunca, cada vez sé menos cosas y me percibo desapercibido…todo está en su lugar. A veces me canso de estar vivo, de hecho me dan ganas de morirme al menos una vez a la semana.

Pero he aprendido algo, todo lo que merece respeto no debe ser ofendido. Lo sé porque veo lo contrario; lo sublime ha sido desacralizado, corrompido y descalificado. No tiene que ver con el superego y el id que solo mal construyen un ego neurótico. El asunto es más profundo, son fuerzas del allá y el entonces de la especie, que son más poderosas que nuestras historias individuales.

La vida es bastante compleja y está tan llena de posibilidades que no necesita que se le invente nada. Las instituciones sociales y los arquetipos están en bancarrota y es difícil saber cómo hallarlos. Muchos sitios considerados sagrados, hoy son como casas de tolerancia o cuevas de ladrones.

Los valores no son falsos, pertenecen ancestralmente a la humanidad; uno mismo los reconstruye en su ser y se vuelven sagrados. Lo bueno nos habita, es intersticial; como una esencia inevitable de la que podría llegarse a tener conciencia y vitalidad para dejar de ser solamente una potencia. Yo mismo soy algo sagrado, pero intoxicado con una sobredosis de mí mismo, soy capaz de alguna aberración.

Todo es sagrado, pero fuera de sus límites se vuelve perverso. Los niños deben ser tratados como niños. El dinero puede comprar una cama que permita descansar o un plato de comida que nutra; cosas sagradas. Pero si se utiliza para humillar, comprar voluntades y pagar infamias, el dinero es como excremento del Diablo. O el sexo, como una forma de acariciar el amor, es algo sagrado, pero utilizado para reafirmar la identidad, denigrar personas o manipular afectos, se vuelve corrupto. Por todo esto pienso, que buscar el amor con un matrimonio, creerse espiritual por una religión o medir el éxito con dinero, son literalizaciones demasiado burdas que evitan que la búsqueda sea fructífera.

La maternidad me parece un buen ejemplo. El milagro de la vida encomendado a seres femeninos que terminaron maltratados. Se le celebra un día a las madres, se les declara prístinas, diáfanas, impolutas e inmarcesibles. Se les convence con flores y se les deja a la deriva, cargando con todo el peso de la soledad y la responsabilidad de que cualquiera de sus vástagos florezca y enorgullezca en público a algún padre ceñido al estereotipo de hombre proveedor, cuando no es inexistente.

Entiendo que hay algunos buenos padres, pero quiero decir que la mujer también es algo sagrado que puede vulnerarse con sublimes perversiones. La mayoría de las madres son buenas personas, haciendo un gran esfuerzo por sacar adelante una tarea que es casi inhumana.

Mujeres que ganando perdieron al pelear por sus derechos. Seres de triple jornada que trabajan antes de salir a trabajar y regresan a casa a trabajar; y que por mandatos de género, resignan la reciprocidad y postergan sus anhelos.

Cuantas creencias para no seguir, es demasiado cansado por lo mucho que interfieren con lo que en el fondo se cree. Por eso sé que ellas, las mujeres, imaginan. Se siente tan bien pensar hacer cosas agradables y correctas, aunque no se hagan.

A todas les deseo que conozcan un lugar, donde haya un lugar, que tenga un lugar donde sientan que es su lugar. Posiblemente estoy hablando de su alma.

Artículo anteriorMaternidad sostenible
Artículo siguienteCinismo criminal