María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

Se acerca el Día de las Madres y con él los descuentos en electrodomésticos, ollas, sartenes y demás implementos del hogar. Desde siempre me ha parecido impensable que en nuestros tiempos se siga pretendiendo agasajar a las madres de tal manera, especialmente porque desciendo de mujeres fuertes, independientes y trabajadoras. Hoy, a propósito del Día de la Madre, quiero dedicar estas líneas a una madre adelantada a su tiempo.

Crecí y conocí a una sola abuela, los padres de mi papá fallecieron cuando él era apenas un bebé, por lo que sus hermanas y hermanos mayores tuvieron que ejercer esa prematura tarea para sacar adelante a una familia de ocho hermanos. A mi abuelo materno tan solo lo vi un par de veces, y si afirmara que alguna vez le tuve algún afecto sería realmente una mentira.

Mercedes Oliva, madre de mi madre, vio la luz en 1928, cuando tuvo la desdicha de nacer mujer en una familia con solo hijos hombres. En ese entonces se subestimaba grandemente a las mujeres pues se creía que su valor era ínfimo. A pesar de no provenir de una familia pobre, doña Meches, como le dicen con cariño, entendió muy pronto la importancia del trabajo, sobre todo en su condición de mujer, y fue así que, con poca educación, pero con una mente brillante y muchas ganas de superarse, emprendió pequeños negocios que le permitieron posteriormente convertirse en una exitosa comerciante.

Su vida no ha sido color de rosa, su matrimonio, del que proviene mi madre y sus dos hermanas, fue un infierno del que tuvo el valor de deshacerse, aunque esto le haya significado la pérdida de propiedades y un desgaste tremendo, en esa época cuando el divorcio era visto como una aberración. También sufrió traiciones y emboscadas, pero ella jamás se quebró, siguió trabajando duro para hacer de sus hijas mujeres de bien, dándoles la mejor educación y los privilegios que ella nunca pudo tener.

Podría pasar horas escuchando la historia de cuánto le costó cercar esa finca que con tanto esfuerzo compró y llegó a ser la que tenía más cabezas de ganado en el pueblo (tenía 170 cabezas y no sé cuántas caballerías), o esa otra cuando se fue con su pistola en el cinto a defender lo que era suyo, me emocionan también las historias de sus bien merecidos viajes por todo el mundo, porque mi abuelita me enseñó que después del trabajo arduo viene el tiempo de disfrutar y vaya que ella supo hacerlo.

Mi abuela se aleja del prototipo que los cuentos y las películas nos han pintado sobre esos seres. No tiene el cabello blanco ni una sonrisa en su rostro, no nos cantaba canciones ni nos leía cuentos, no, mi abuela es dura, pero sus ojos reflejan la sabiduría de toda una vida. Mi abuela quizá no me abraza, sin embargo, entiendo que en el transcurso de su difícil vida nunca tuvo tiempo para aprender a abrazar. No obstante, recibo cada gesto, cada acto que hace por mí como un abrazo genuino a mi corazón.

Su trabajo hoy está rindiendo frutos, tiene tres hijas que son mujeres y profesionales intachables, fuertes y seguras que se notan a donde quiera que van. Tiene también 12 nietos, cada uno destacado en su ámbito y de los que ella habla con orgullo: Una médico esforzada que gasta cada uno de sus días en ayudar al prójimo, un matemático graduado con promedio perfecto haciendo su posgrado en Estados Unidos, un mecatrónico emprendedor haciendo negocios en todo el mundo, un abogado exitoso, una estudiante de veterinaria, también una politóloga loca, que escribe estas líneas, luchando contra la corriente para cambiar el mundo, quisiera mencionarlos a todos, pero el espacio se está acabando y todavía queda tanto por decir.

Abuelita, como sé que mandas a traer La Hora cada martes probablemente estarás leyendo estas palabras. Muchas gracias, quizá solo te lo he dicho en alguna celebración y al calor de un par de buenos tragos, pero quiero que sepas que te admiro, que te amo y que, si alguien ha sido inspiración para mí en esta vida, esa eres tú con tu perseverancia y fortaleza, porque en el pasado, cuando el mundo era de los hombres tu venciste los obstáculos que debías vencer y te adueñaste de ese mundo, ese mundo que gracias a ti puede disfrutar toda tu descendencia.

A todas las madres quiero recordarles que tienen una responsabilidad que con ninguna excusa se puede eludir, que de la educación que ustedes y los padres brinden a las nuevas generaciones, depende el futuro de nuestra sociedad. Feliz Día de las Madres a todas mis amables lectoras, especialmente a mi madre, tías, hermana y ¡por supuesto! a mi abuelita.

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