Eduardo Blandón

La tragedia ocurrida la semana pasada, en la que un conductor atropelló a un grupo de estudiantes que protestaban en la vía pública, nos pone en la terrible situación de comprender una conducta que a toda luz es tanto irracional como inexplicable en circunstancias que no ameritaron esos escenarios tristes.

El acto del conductor desbocado no pudo ser sino privado de razón. Lleno de ímpetu, ira, pasión y emociones sin control. El cerebro primitivo del reptil se apoderó del joven acalorado que, acostumbrado a salirse con la suya, no supo contener la furia contra la turba callejera. No tuvo alcances para comprender de otra forma la protesta estudiantil.

Decir que fue un acto irracional es decir lo menos. Agreguemos también que la acción refleja un desprecio por la vida. Una visión en la que las personas no son absolutos y, por ello, pueden eliminarse si riñen contra preceptos considerados subjetivamente superiores. Por ello, un atropello como el que quizá sintió el joven, autorizaría medidas del todo justificables, según su afectado juicio.

Esa percepción particular respecto a derechos reclamados por encima de la vida de otros, seguramente fue cultivada desde la más tierna edad.  Pensemos en los discursos retorcidos escuchados en los púlpitos, en la escuela dominical, en los colegios cristianos… sin olvidar nuestra cultura de muerte (no nos hagamos de boca chiquita) que reclama la pena capital y aprueba linchamientos de delincuentes que, decimos, no merecen vivir.  Todo un humus germinativo de monstruos.

Más allá de lo que aparece, las acciones suelen ser también ciegas. Por ello, no estaban lejos los medievales cuando hablaban del “mysterium iniquitatis”, o sea, la presencia del mal en la naturaleza humana sin visos de paternidad alguna. Se refiere a conductas que caen en una especie de limbo misterioso, democráticamente distribuidas en todos. Razón por la que no debemos juzgar y ser más bien indulgentes. Lo que no significa, evidentemente, que no se aplique la justicia y se castigue con rigor la perversidad del malvado.

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